8 de agosto de 2011

De cómo hacer lobby (literario)

Sí, el lobby literario también existe. Calculo que no estoy diciendo ninguna novedad, pero nunca, hasta hoy, había tenido el desagrado de verlo con mis propios ojos. La operación es tan simple como macabra: alguien que se autodenomina "poeta" (sin el más mínimo mérito para ello) induce (vaya a uno a saber con qué artes, aunque es fácil suponerlo) a un par de amigos/conocidos/etc. para que escriban un artículo demostrando la inexistente valía poética de la personaja en cuestión. Resultado: un "artículo" que uno no sabe si es una pura joda entre amigos (como las que hacían Alejandra Pizarnik y Sylvia Molloy hace cuarenta años o más) o si realmente están hablando en serio. Porque si están hablando "en serio" entonces sí que estamos al horno. Con fritas. 
Si están hablando "en serio" están legitimando, no importa que sea desde una revista electrónica y con nula o escasa llegada a un público más masivo (igual sabemos que el público de la poesía siempre será minotario), un modo de hacer poesía que al modesto entender de esta servidora no tiene nada (pero nada) que ver con la poesía. Están legitimando la pavada. Están legitimando el fraude. 
Hay quien se pregunta si no será que nosotros (los que no hacemos lobby) no nos estaremos perdiendo de algo. Si no será que "no entendemos". No creo que sea así. Me precio de tener una mente racional, bien dispuesta al entendimiento. Me precio de tener un espíritu que goza con la poesía tanto como con la música y con muchas otras manifestaciones artísticas del ser humano. Me precio de haber leído algo. Incluso me precio de haber estudiado unas cuantas asignaturas en la universidad. Y más todavía, me precio de tener algo genuino (y no humo, como estos mercachifles) que transmitirles a quienes todas las semanas asisten a mis dos talleres. Por ende, no creo "no estar entendiendo algo" al suponer que esta idiotez que nos quieren vender como poesía sea poesía. 
Resumo: el próximo mes se celebrará el Festival de Poesía de Rosario, un evento que se supone "serio", bien organizado, ajeno a los cotorreos porteño-palermitanos, etc. Quizá resulte que no era tan así. Un colega (Eduardo Espósito) ha levantado su voz en Facebook y otros medios acerca de este próximo festival: al parecer, una de las "estrellas invitadas" será la ¿poeta? Fernanda Laguna, también conocida como Dalia Rosetti. Para quienes no estén familiarizados con su obra, he aquí una muestra que me exime de cualquier otra explicación: 

Xuxa es hermosa.
Su cabello es hermoso
y su boca dice cosas hermosas.
Yo creo en su corazón.
Xuxa es hermosa.

(pueden encontrar otras excelsitudes por el estilo en el artículo que ha hecho circular Espósito, aquí)

Dejemos por el momento el asunto de si vale la pena invitar a un festival internacional a alguien que escribe como si tuviera cinco años o menos. Vayamos a lo que me preocupa más, que es el lobby y la legitimación de prácticas que poco o nada que tienen que ver con la poesía y que pretenden que quienes seguimos haciendo poesía "a la vieja usanza" somos unos retrógrados reaccionarios que "no entendemos nada". ¿Qué es hacer poesía a la vieja usanza -y no digo "vieja" en un sentido peyorativo, pues nos asisten dos mil años de práctica maravillosa y constante, por poner apenas un límite temporal? Es comprender que el ritmo (y ninguna otra cosa) define cabalmente un verso. Que un verso no es cortar las oraciones donde se me da la gana. Que hay una cadencia, un tono, una melodía. Que la metáfora existe y no es pecado usarla. Que los recursos retóricos no son piezas de museo (lo son únicamente en manos inexpertas). Que la poesía no es la cara bonita de la prosa. Que la poesía no es prosa disfrazada, ni renglones más o menos rimados. Que la poesía es una revelación, una epifanía, un darse cuenta, pero un darse cuenta abismal, ontológico. Que los consejos que le dio Rilke al joven poeta de marras allá lejos y hace tiempo todavía tienen vigencia. Que si queremos hablar de culos, tetas y pijas, o de gays y lesbianas, en nuestros poemas, haríamos bien en leer primero a Catulo que ya habló de todos ellos en el siglo I a. C. Que los burgueses ya no se espantan con poesía (ni con nada). Que si no vamos a corregir lo que escribimos, mejor ni nos gastemos en escribirlo. Que la creación (poética y de cualquier tipo) implica trabajo, oficio, laburo. Mucho laburo. Que escribir bien no es "ser legible" como sostienen estos dos lobbystas insoportables. Escribir bien es hacer que el lector quiera dar vuelta la página o ver cómo termina el poema, no cerrar el libro de golpe asqueado por las idioteces de jardín de infantes que le toca en suerte leer gracias a artículos y movidas como estos. Escribir bien lleva años de estar sentado frente al papel, la máquina de escribir o la notebook, quizás "perdiendo un año en una e", como decía César Fernández Moreno. Escribir bien, como todo juego, tiene reglas. Reglas que se mantienen inalterables a lo largo de los siglos. Reglas que por más que se quieran ignorar terminan imponiéndose (¿o acaso no saben estos iluminados que el lenguaje es fascista, cfr. Barthes?). Escribir bien no es nada de lo que estos imbéciles nos quieren hacer creer que es. Todos estos nabos snobs y posmodernos deberían recordar las sabias palabras que el jefe de redacción de uno de los diarios donde Hemingway hizo sus primeras armas pegó en un cartel: "Por favor, no se haga el artista". 
Eso. Por favor, si se va a hacer el artista, hágalo en otro lado, donde sus artistadas puedan tener algún efecto, donde alguien que no ha leído ni vivido nada pueda celebrarlas haciendo palmas y lobbys varios. Si se va a hacer el artista, no ensucie la palabra poesía con estas "geniales" chantadas. 
Artista se es y se es desde el comienzo. Los gestos "rebolusionarios" al estilo Duchamp caducaron inmediatamente después de que el mismo Duchamp los hiciera. Basta de mingitorios en el museo. Basta de poemas imbéciles, que no dicen nada, que no revelan ni la más mínima emoción estética (ni de ninguna otra clase, siquiera), que creen estar rompiendo todo cuando no hacen más que reproducir lo peor de nuestra sociedad: la falta de esfuerzo, la falta de mérito, el individualismo más masturbatorio y narcisista, la asquerosa idea de que no es necesario leer ni saber ni estudiar ni nada para dominar cualquier arte. 
Dije idea asquerosa, sí. Porque lo que leí en ese artículo me dio, fundalmentalmente, asco. Y bronca, mucha bronca. Y aquí lo dejo asentado. Abomino de esta supuesta vanguardia y sigo reivindicando a quienes calladamente, sin lobbys ni nada por el estilo, hicieron y hacen algo por la poesía. No hace falta nombrarlos, lo que hace falta es leerlos. Cada uno sabe quiénes son.
Por suerte, hay un dios al que nadie escapará, se llame como se llame y haga el lobby que haga: el Tiempo. Vamos a ver quién se acuerda de estas banalidades dentro de cinco o diez años. Por mi parte, espero que caigan en el más negro olvido. Ojo, no soy ingenua: sé que existe la tradición selectiva, sé que existe la hegemonía. Pero también sé que las obras verdaderas superan incluso estos escollos. Dos mil años de poesía así lo atestiguan.