Así sería, según sostiene el poeta español Luis García Montero, autor de un excelente libro sobre Gustavo Adolfo Bécquer, Gigante y extraño, en el que desmitifica una a una todas las mistificaciones (todas las ñoñerías, diría yo) de que fue objeto -y aún sigue siendo- el gran poeta sevillano, anclado para siempre entre lo más cursi de lo cursi según una equivocada concepción de, precisamente, lo cursi y lo que significaba para Bécquer ser así, y no de otro modo, en aquel momento.
Aquí, un reportaje extraído de ADN, en el que Montero dice cosas que juzgo muy interesantes y por eso deseo compartirlas con los rumiadores leyentes, mientras preparo mis apuntes para hablar del curso de poesía argentina contemporánea que se está dictando en el MALBA.
Premio Nacional de Literatura, García Montero ha privilegiado un lenguaje accesible que no renuncia a la hondura. Y en lo que es toda una declaración de principios, ha descrito su obra como "un país humilde" que limita "al norte con la vanguardia juvenil, al este con la poesía social, el oeste con la retórica clásica y al sur con el mar de las letras de tango o de bolero y con las canciones de Joaquín Sabina". La poesía, dice, es asunto de ciudadanos.
-El lenguaje, y esto vale también para la poesía, es un espacio público que tiende a la comunicación. Pero no es un espacio inocente. Manipuladas, las palabras mienten y ayudan a mentir, más que a conocer y a comunicar. Ocurre con frecuencia en los discursos políticos: palabras como libertad, seguridad o democracia justifican crímenes horrorosos. O en el mercado laboral, donde en nombre de la flexibilidad casi no hay derecho a un trabajo estable o a un despido digno. Con instinto filológico, la sociedad española habla de contratos basura, un concepto que se acerca mucho más a la realidad. A eso me refiero cuando hablo de la manipulación del lenguaje, que sirve para liquidar las conciencias en vez de despertarlas.
-¿Qué puede aportar la palabra poética a este estado de cosas?
-La sociedad en que vivimos lleva a la comodidad, al esquematismo, busca un titular de impacto, la certeza. Pero en este momento de confusión, más importante que invitar a responder es invitar a preguntarse. Invitar a meditar. Hoy la lentitud es un valor de la poesía. Puede parecer un disparate estar un día entero pensando un adjetivo, pero creo que el poeta es alguien que se ha acostumbrado a pensar las cosas tres veces. Cuando nos preguntan algo, el 99 por ciento de nosotros respondemos con lugares comunes. Un segundo momento es decir ya no lo primero que se te ocurre sino lo que te conviene. Y un tercer momento es decir aquello que uno cree que debe decir, aunque genere incomprensión y antipatía. Ese es el lugar del poeta. La verdad no es un punto de partida sino de llegada.
-Ya desde el título de su libro de ensayos habla de los poetas como "los dueños del vacío".
-El tema del libro es la reivindicación de la conciencia. Utilizo el caso de Federico García Lorca, a quien se lo ha presentado como un poeta enraizado, el gran andaluz. Pero en su último libro, Diván del Tamarit , vuelve a Granada y advierte que ha perdido su infancia: el parque donde jugaba no existe y la casa donde vivía ha sido derribada. Descubre que no existen verdades esenciales porque todo está en perpetuo movimiento. Neruda y Alberti, en cambio, optan por los vínculos; no por la nostalgia sino por la solidaridad. En nombre de la libertad y de la justicia, hacen militancia comunista. Oponen a la tierra, la idea. Neruda llega a escribir una oda a la muerte de Stalin, pero va a Rusia y después de ver lo que ha hecho ese hombre escribe que Stalin ha puesto un cadáver en cada jardín de la Unión Soviética. Como se ve, ambos extremos decepcionan. Frente al vacío del ensimismamiento, de la esencia terrenal, y frente al vacío de la entrega a la idea, a la consigna, la salida es la conciencia individual, un territorio fronterizo entre ambas. Por encima de la conciencia individual no puede haber una consigna patriótica, ni una política ni una religiosa. El individuo no puede diluirse en un discurso totalitario del carácter que sea. Y esa conciencia es el territorio de la poesía.
-"Vivir es ir doblando banderas", ha escrito en un poema suyo. ¿Resultado de haber ido adentrándose en su propio vacío?
-Tiene que ver con eso. Ese verso pertenece a Habitaciones separadas , un libro de crisis, entre otros motivos por haber creído en muchos sueños que estaban desintegrándose por entonces. Tuve la tentación de expulsar los sueños de mi casa y ser muy realista. Pero quien expulsa los sueños acaba convirtiéndose en un cínico. Entonces hice un pacto conmigo mismo: no echo los sueños pero tampoco sigo durmiendo con ellos. Vamos a vivir en habitaciones separadas. Mis sueños en una cama y yo, en otra. ¿Hay desencanto en esto? Creo que no, pero el optimismo no puede renunciar a la lucidez. Volvemos a la conciencia.
-Se ha declarado poeta de la experiencia. ¿Lo dijo con ánimo provocativo?
-En la poesía española hubo un debate muy grande cuando una serie de poetas volvimos a hablar de temas de la realidad y a entender que la poesía no era la invención de un lenguaje extraño sino el tratamiento lo más riguroso posible del lenguaje de todos. Algunos, de manera un poco despreciativa, nos llamaron poetas de la experiencia, para dar la idea de que simplemente contábamos lo que nos pasaba en nuestras vidas sin preocuparnos de elaborarlo de manera literaria. Entonces yo escribí un texto que alude a las reuniones de Alcohólicos Anónimos, en las que los participantes deben confesar en público su condición. Jugué con eso para asumir mi propio vicio y me presenté en público como poeta de la experiencia.
-De todos modos, la experiencia debe ser elaborada de manera literaria.
-Claro, si el escritor quiere hablar de su vida tiene que elaborar literariamente su propia biografía para convertirla en experiencia estética. No es lo mismo el yo biográfico que el personaje literario. En la configuración de ese personaje es tan importante lo que uno pone de sí mismo como lo que borra.
-También le ha interesado la poesía amorosa.
-Seguí a Antonio Machado, que decía que los sentimientos son tan históricos como los hechos públicos, porque la forma de estar enamorado pertenece a una educación sentimental que es tan histórica como una batalla. Cuando era joven, esa reflexión me vino muy bien para hacerme entender que, incluso desde mi militancia política de entonces, la indagación en la intimidad era una forma de compromiso. La intimidad es un territorio ideológico. Escribir poesía amorosa es lo más difícil del mundo. Existen todos los peligros.
-¿Por ejemplo?
-La cursilería, creer que la poesía es un desahogo. Cuando uno está enamorado, cree que ese sentimiento del "yo te quiero mucho" le importa a la gente.
-Se escribe con el recuerdo del recuerdo, decía Pavese.
-A mí esa frase siempre me gustó mucho. Me recordaba a un poeta tan sentimental como Gustavo Adolfo Bécquer, que dijo: "Cuando siento, no escribo". Incluso el canalla de Bécquer, para amenaza de todos los poetas, escribió una carta a una mujer en que le dice que cuando un poeta te escribe un buen poema de amor, hay que desconfiar de sus sentimientos. Cuando escribí Completamente viernes , un libro de amor, acudí a toda la tradición poética amorosa para distanciarme de mí mismo e intentar poner en literatura lo que en ese momento era un sentimiento de pura agonía.
-¿A qué obedeció esa original definición de su poesía que incluyó en uno de sus libros?
-Quería definir mi posición fronteriza. Lo escribí en el prólogo a un libro que tenía cosas de vanguardia y homenajes a la tradición, que iba desde la reivindicación del soneto hasta el poema en prosa, y poemas de lucha política propios de mi compromiso junto con poemas de una intimidad extrema. Me interesaba definirme como un ciudadano fronterizo, que por una parte limitaba con la vanguardia y por la otra, con la tradición, porque apostar por la modernidad creyéndose que uno lo va a inventar todo es más bien ridículo. Soy catedrático de literatura, conozco la tradición, pero no quiero que la literatura huela a cerrado, a rancio. Quiero estar con los ojos abiertos en la calle y por eso me declaraba tan admirador de Garcilaso o de Ricardo Molinari como de Joaquín Sabina.
-¿Faltan lectores de poesía?
-La poesía no vende bien. Es un género que exige mucho y no están los tiempos para eso. Pero también hay responsabilidad de los propios poetas, que nos hemos dedicado a escribir para el oficio y para otros poetas. Después de muchos años instalados en la ruptura, la poesía debe estar en contacto con la realidad y la vida. Ya el mercantilismo más radical se está encargando de romperlo todo, se están liquidando las naciones, todo está en manos del mercado. Y no hay nada que se vaya pareciendo más a un poeta bohemio que un ejecutivo neoliberal: están en contra de la estabilidad, de la construcción, del trabajo seguro, y cantan al movimiento perpetuo y la destrucción. Reconozco lo importante que ha sido para la vanguardia y para el siglo XX esta óptica de radicalización romántica de la ruptura, pero creo que es momento de cambiar de perspectiva. Por eso, cuando me acerco al lenguaje, me interesa más tratarlo como un espacio público y no como el experimento donde voy a romper las palabras para llamar a la mesa, pájaro, y al pájaro, mesa.