Imposible permanecer en silencio. Hoy ha muerto Idea Vilariño, una de mis poetas favoritas. Uruguaya, nacida en el seno de una familia de tendencias opuestas (padre anarquista y madre católica), maestra, crítica literaria, hermosísima mujer y amante del novelista Juan Carlos Onetti, Idea Vilariño significa mucho para esto que yo siempre llamo mi "praxis poética". Lo que traducido al lenguaje coloquial quiere decir para mi forma de hacer poesía pero también para mi forma de entender la poesía.
Sus poemas son breves y desgarradores. El más famoso de todos ("Si muriera esta noche") hoy debe haber sido citado hasta el cansancio en los medios y yo también me sumaré a ellos, pero no aquí sino aquí, donde corresponde. No abusó del lirismo ni de la efusión romántica si bien caminó siempre en ese delicado borde. Sus versos son tristes, pero con una tristeza que los aleja de toda banalidad, de toda posible confusión con la sentimentalidad ñoña que tanto detesto.
La conocí hace ya muchos años, gracias a una antología del maravilloso CEAL. Me sorprendió. Más aún: me fulminó. Creo que es precisamente esa una de las cualidades cardinales que cualquier poesía-poema-poeta deben tener: fulminar al lector para inmediatamente hacerlo renacer otro, distinto, renovado, nuevo, acaso mejor. Es un morir para seguir viviendo. Su poesía quedó incrustada en mi memoria y cuando tuve acceso a una PC y luego a Internet comencé a coleccionar poemas y notas sobre ella.
Así fue como me enteré de sus tormentosos amores con Onetti y de que ese poema tan maravilloso (y muchos otros) le estaba dedicado. Fue ese amor (im)posible el que la volvió, a mis ojos, aún más admirable y señera, en tanto me hacía sentir tan identificada con mi siempre (im)posible amor por un músico del que aquí no he hablado pero sí lo he hecho aquí. Un músico que siempre vuelve a mí, como el mar. Con quien también vivimos separaciones, lejanías, peligrosas cercanías, difusas indiferencias, escenas dignas de una película de Almodóvar, gritos, reconciliaciones, furias, celos y que, como digo, siempre vuelve. Siempre volvemos. Hemos vuelto hace muy poco, distintos ya, pero unidos aún por un débil hilillo conductor que siempre, para bien o para mal, retoña.
Por eso quiero compartirles aquí, además de algunos links de interés, un fragmento de una nota donde Idea habla sobre su relación pasional con otro artista, acaso -no, definitivamente- la única relación posible para otro artista (porque como dice Julia Cameron, "los artistas aman a otros artistas"... ¡y así es!):
Pero el encuentro definitivo demoraría algunos meses más. Mientras tanto cultivaron una correspondencia en la que se trataban ridículamente de Usted tomándose algunas licencias: “Pasó el verano y no viniste”, se atrevió a reclamar la Vilariño. De allí a lo inevitable: fueron amantes marcados por explosivas rupturas y reconciliaciones. “Es el último hombre de quien debí enamorarme porque éramos lo más imposible de ligar que había. Nunca entendió el ABC de mi vida, nunca me entendió como ser humano, como persona. Y así teníamos nuestros grandes desencuentros. Si yo hablaba de algo sumamente delicado él me salía con una barbaridad. Decía cosas que me hacían echarlo, imposibles de soportar. Todavía me pregunto por qué aguanté tanto, por qué volví tantas veces. Nos peleábamos y volvíamos a juntarnos, lo echaba, regresaba. Una noche me llamó desesperado para que fuera a verlo. Yo estaba con alguien que me amaba y lo dejé por ir a pasar una noche con él. Y recuerdo que lo único que hicimos fue ponernos de espalda, leyendo un libro él, y yo otro. A la mañana siguiente le agarré la cara y le dije: sos un burro Onetti, sos un perro, sos una bestia. Y me fui”.
Burro, bestia, perro, a Onetti están dedicados todos y cada uno de los poemas de amor que escribió Idea Vilariño.
“Estás lejos y al sur/ Allí no son las cuatro/ Recostado en tu silla/ apoyado en la mesa del café/ de tu cuarto/ tirado en una cama/ la tuya o la de alguien/ que quisiera borrar/ -estoy pensando en ti no en quienes te buscan/ a tu lado lo mismo que yo quiero-./ Estoy pensando en ti ya hace una hora/tal vez media/no sé./ Cuando la luz se acabe/sabré que son las nueve/estiraré la colcha/me pondré el traje negro/y me pasaré el peine./ Iré a cenar/ es claro”
Relación definitivamente signada por el deseo, las aristas que pudieron o no construir aterrizaban en el sexo. A días y noches de encierro, sucedían meses sin saber nada uno del otro. Se mandaban al demonio una y otra vez. Un día —años después (1961)— las cosas fueron demasiado lejos. En esta ocasión la amenaza fue cierta: “Si te vas —alertó el escritor— no me encontrarás a tu regreso”. La poetisa tomó las palabras como la amenaza de un loco que no entendía la gravedad de la noticia que acaba de recibir: el asesinato del profesor Arbelio Ramírez (eran los días de la visita del Che Guevara a Montevideo) y la llamada del gremio de profesores (Idea era profesora del liceo Vásquez Acevedo) convocando a una asamblea que no admitía demoras. “Si vas, no me encuentras”, repitió Onetti. Sin tomarse en serio el ultimátum, Idea se dirigió a la reunión: “Pero en cuanto pude me escapé y regresé a casa. Cuando vi la luz prendida pensé que estaba pero cuando abrí la puerta sentí como si me golpearan en el pecho. Había dejado una nota insultándome y diciéndome un montón de barbaridades. Y mis poemas, unos poemas de amor que le había dado, estaban arrugados y tirados a los pies de la cama”. Un nuevo (último) encuentro sucedería en 1974 a raíz del terrible cierre del diario Marcha por la censura del régimen militar. El pretexto de la clausura del diario, al que Onetti estuvo estrechamente vinculado, fue la publicación del cuento ganador de un concurso en el cual fue jurado y en el que los militares leyeron un complot contra la dictadura. Onetti fue confinado a tres meses de cárcel y tratado poco menos que como un enajenado mental. A la salida de ese infierno recibió la visita de su antigua amante quien evocó el reencuentro en un texto que cedió para el libro de Gilio y Domínguez: “Quedamos solos y callados. Callados. Pero yo no soy como entonces; algo aprendí; algo me enseñó el recuerdo; siempre sentí no haber tenido más madurez para tratarlo entonces. O es la diferencia entre estar y no estar enamorada. Nos moriremos sin aprender a hablarnos, pregunté. Siempre nos costó, dijo. Te acordás de aquella vez que llegaste, después de tanto tiempo y estuvimos veinte, treinta minutos sin hablar, sentados, yo en la cama y tú en la silla. Me inhibiste siempre en todo. Sí, dijo. Tu también, dije. Una vez me dijiste que no podías comer ni hacer el amor ni... conmigo. Sí, dijo. Y me miraba por momentos; por momentos volcaba la cabeza; se mordía el labio superior, con una expresión de impotencia, de desesperación. Así que yo no sé lo que es el amor. Vos sufrías de amnesia, evidentemente. La primera vez que entré a tu sala del Museo quedé loco por vos. Nunca entendí lo que me pasaba; pero estaba loco por vos. Nunca me lo dijiste. Nunca entendí aquel deseo de posesión, aquel afán dominador. (Yo no recordaba nada parecido). No te dejaba ir a clase (es cierto). No podía soportarlo. Y no se trataba de deseo; si no, no sentiría esta horrible ternura que siento por vos, escribió.
Aquí, la nota anterior completa
Aquí, la noticia de su muerte en El País.
Aquí, poemas suyos.
Aquí, un artículo crítico de la revista madrileña Espéculo.
Y aquí mi pena y mis respetos ante su partida.