22 de marzo de 2009

El día internacional de lo qué?

Hasta hace apenas 30 minutos en este costado del mundo era el comienzo oficial del otoño y, también, el "Día Internacional de la Poesía". ¿Lo qué? Sí, habéis leído bien, estimados lectores. La poesía también tiene su día, qué tanto. Como la mujer, como el trabajo, como los padres, como San Cayetano y como las secretarias. Leo en un blog vecino que fue 

"proclamado por la UNESCO en 2000 "con el fin de que el arte poético no sea considerado un arte en desuso, sino como una herramienta que permite a la sociedad reencontrar y afirmar su identidad".

A ver un momentito, señores de la UNESCO y demás payasos y poeñoños internéticos que aprovechan la volada para invadir las casillas de e-mail con conmovedoras escenas en pps y con conmovedores videos ad hoc y con los infaltables versos de Gabriel Celaya (una vez tituló un poema espectacularmente bien y quedó condenado el resto de su existencia a ser citado por cuanto plumífero hay dando vueltas en el mundo) y con los no menos infaltables idem de Neruda y con toneladas de greenpoetry sazonadas con los más asquerosos y socorridos lugares comunes del universo y aledaños. A ver un poquito: "¿Arte en desuso?", "¿herramienta que permite a la sociedad reencontrar y afirmar su identidad?". Mmm. Lo que más me molesta es "arte en desuso". La otra expresión se puede discutir, se puede reformular, se puede refinar y hasta precisar más. Pero suponer que la poesía es un arte "en desuso" (como una prenda pasada de moda, digamos) y que por eso debe tener un día asignado en el calendario (que en el norteño hemisferio, de donde suelen partir estas craneadas inefables, coincide con la primavera, claro, la estación poética por excelencia) me parece poco menos que risible.
La poesía no necesita días marcados en el calendario ni momentos prefijados ni instancias predeterminadas por academias o instituciones varias. Necesita poetas. Poetas, no poeñoños. No aficionados, no hobbystas, no versificadores de fin de semana. Necesita mentes pensantes y espíritus sensibles. Necesita del asombro iniciático de los niños y de la sabiduría incontrastable de los viejos. Necesita cabezas abiertas a la sorpresa, a la admiración, al espanto también. Necesita hombres y mujeres dispuestos a renombrar cada cosa, a fundar cada cosa, a otorgarle a cada cosa, a cada ser, su verdadero lugar en el cosmos. Necesita justamente eso, cosmólogos, no meteorólogos ni presentadores del noticiero de mi alma. Necesita manos fuertes, capaces de empuñar la pluma o el teclado hasta sangrar. Necesita cojones y ovarios. Necesita toneladas de meditación hacia el interior de uno mismo, necesita toneladas de más poesía escrita desde lo más hondo de cada ser y no desde lo que ya se ha dicho un millón de veces (el cielo es azul, el sol amarillo, las rosas rojas). Necesita ojos pulverizados por la lectura de otros poetas, necesita poliglotas, necesita sabios comprometidos con todas las áreas del saber y no sólo con la literatura. Sobre todo, no necesita que nadie instaure un día para que los payasos de siempre redoblen sus mamotretos por todo el orbe con la excusa de que "es el día de la poesía, vistesssss" y por eso te encajo ración doble de mis esperpentos. No necesita, más todavía, tener un día que la instaure y sancione como un producto de consumo más y, sobre todo, no necesita ningún día en especial, sino toda la vida. 
Y, si no, a las pruebas me remito: prefiero celebrar el comienzo del otoño en lugar de un rídiculo "día de", que rebaja la poesía a un mero segmento de mercado, a una chuchería de salón, a un entretenimiento bien visto para ociosos con "inquietudes" y, sobre todo, con "sensibilidad social". Lo que menos necesita la poesía es seres de esa laya intentando alcanzarla. 
Celebro, pues, el otoño, como corresponde, con poesía:

VIENTO DE OTOÑO 

Hemos visto, ¡alegría!, dar el viento 
gloria final a las hojas doradas. 
Arder, fundirse el monte en llamaradas 
crepusculares, trágico y sangriento. 

Gira, asciende, enloquece, pensamiento. 
Hoy el otoño suelta a sus manadas. 
¿No sientes a lo lejos sus pisadas? 
Pasan, dejando el campo amarillento. 

Por esto, por sentirnos todavía 
música y viento y hojas, ¡alegría! 
Por el dolor que nos tiene cautivos, 

por la sangre que mana de la herida 
¡alegría en el nombre de la vida! 
Somos alegres porque estamos vivos. 

JOSÉ HIERRO 
Alegría, 1947.