Ayer comprobé lo intimidante (pero también desafiante) que puede ser la poesía, sobre todo para aquellos que, por la razón que sea, no la frecuentan. Esos renglones cortados, en apariencia, de manera tan caprichosa, con ese aire de fragilidad tan intenso pueden, sin embargo, intimidar y amilanar más que todo un terrible bodoque de texto abstruso en prosa. La prosa calma, justifica, es políticamente correcta (sólo en apariencia, claro), es "lo normal". La poesía, con su disposición tipográfica diferente, sus metáforas y sus imágenes disonantes perturba, pone nerviosa a la gente, incomoda, es notoriamente antisocial (sólo en apariencia, claro) y es, decididamente, un misterio que se clava ahí, en la página, y que nos clava a nosotros en ella y no nos deja escapar, nunca.
Felices entonces los que nos recocijamos con ese maravilloso secuestro poético. Y lejos de ser una actividad antisocial, la poesía es la comunión más bella. Ayer mismo también pude comprobarlo. Desde hace ya un tiempo, estoy dando un taller de escritura en la Escuela del Pasaje Dardo Rocha de La Plata. Ayer decidí que había llegado la hora de leer poesía. Pero no sólo leerla y decir "me gusta" o "no me gusta" sino procurar hacer algo más con esos versos que nos reclaman, que siempre nos piden que hagamos algo, porque como ya se ha dicho hasta el hartazgo, poesía proviene del verbo griego poieo, que significa "hacer, hacer cosas con las palabras". Y la poesía es precisamente eso, un hacer algo sólo con palabras. Es, también, una manera de estar en el mundo y un proyecto espiritual, como dice el poeta español Juan Carlos Mestre, del que les copiaré algunas afirmaciones al final de este post.
Lo que me maravilló ayer es cuán grande es el poder de la poesía. A pesar de los miedos, los reniegos y los refunfuños de algunos de mis alumnos todos terminamos hablando de los poemas que leímos. Y hasta aceptaron de buen grado, si no todos algunos, la propuesta de escribir un poema a partir del primer verso de ese inexpugnable y maravilloso poema que es "Gotán" de Juan Gelman ("Esa mujer se parecía a la palabra nunca..."). A pesar de que había cosas que "no entendían", que "no les gustaban" y de que repetidas veces me preguntaron por qué le buscábamos tanto el porqué a lo que los versos decían, los poemas hicieron su trabajo y dejaron su (casi) imperceptible huella en todos ellos. Y aunque no pudieron despegarse de interpretaciones literales o lógicas sé que algo seguramente quedó tintineando en sus cabezas, porque la poesía también es eso, un eco que viene no se sabe de dónde y queda repiqueteando por allá, en alguno de los tantos recovecos de nuestra cabeza hasta que en el momento exacto nos ilumina, nos enciende, nos trasciende y justifica.
Y de ningún modo propuse yo buscar porqués inútilmente. Al contrario, quise invitarlos a dejar volar la imaginación en alas de la poesía, instándolos a que se preguntaran cosas como ¿y cómo será una mujer que se parece a la palabra nunca? ¿qué características tendrá? ¿por qué Gelman dice atención atención yo gritaba atención? ¿no es cierto que cuando uno ama y es amado caen a pedazos la furia y la tristeza y que cuando no es correspondido es como estar muerto en vida? ¿y a qué les recuerda esto? ¿no se parece a la letra de un tango, sólo que en vez de decir "percanta que me amuraste..." dice "esa mujer..."? y así por el estilo. Éstas son las preguntas que los poemas deben dispararnos: preguntas que nos permitan, a nuestra vez, hacernos más preguntas y quizás hasta escribir un poema intentando responderlas, como por ejemplo:
Ese hombre se parecía a la palabra nunca
de los labios le nacía una partitura esmaltada
que se abría paso viboreando entre mis piernas
como un mar furioso y deslenguado
Atención atención yo remachaba atención
pero ya era tarde para cualquier amenaza
él me inflamaba de sangre las banderas
ese hombre se instalaba en las aguas turbias de mi pelo
Durante cierto tiempo conviví con los sonidos de la rompiente
y con las sombras que despedían las curvas herejes de sus manos
abrí todos los vientos en las alas brunas de su estigma
y procuré anclarme a cada uno de sus crueles otoños
Cuando se fue yo era un páramo vestido de rabia
y todas las agujas se clavaron juntas en mis costados
con un cuchillo tinto le di muerte a su noche
y a todos los vestigios que sin tregua lo nombraban
(29/04/10)
Sí, la poesía también es imitación y homenaje. Y es "un encuentro en el territorio de lo misterioso", como sostiene Mestre, quien también afirma: "la poesía tal vez sea la conciencia de algo de lo que no podemos tener conciencia de ninguna otra manera y, en contra de lo que se piensa, un poeta no es alguien instalado en el discurso de lo solemne ni en la dificultad de los significados; todo lo contrario, un poeta acaso no sea otra cosa que un taxista que lleva a la gente donde la gente quiere ir a vivir su propia vida".
¿Dónde quieren vivir ustedes su vida? Yo, sinceramente, en un lugar donde haya hombres que se parecen a la palabra pasión, encanto, seducción, regocijo y misterio; donde haya mujeres que se parecen a la palabra pasión, revuelo, orgasmo, eros, fuerza, piedad y nunca; donde los poemas se claven en la carne como los besos de aquel que amamos; donde las palabras canten por sí mismas y donde los poetas se dejen de mariconerías y bobadas y emprendan el verdadero camino hacia sus propios espíritus y vuelvan, como quería Rilke, sobre sí mismos, porque allí es donde reposa la poesía.
Es lo más díficil, pero también lo más auténtico y desafiante.
Pueden leer la nota completa sobre Juan Carlos Mestre aquí.
68 comentarios:
Qué linda sos
Te quiero mucho
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