26 de marzo de 2008

El ganador del Orozco no es un poeñoño

¡Bien! Me alegro.
Confieso que consideré seriamente presentarme a ese concurso de poesía (me refiero al "Premio de Poesía Olga Orozco", en cuyo jurado se encontraban, entre otros, Jorge Boccanera y el genial poeta chileno Gonzalo Rojas). Pero, como siempre, los imponderables vericuetos de mi mente más las vicisitudes de una existencia excesiva (y falsa)mente romántica hicieron que el tiempo pasara y no llegara a preparar nada... Mentira: tenía un poemario listo desde hace mucho. Podía haberlo enviado y ya. Sin tanto aspaviento, sin hacer escombro. Pero no me animé. No tuve ovarios. ¿Los tendré para la próxima edición? Ojalá.
Por eso me alegro. Porque el premio no lo ganó un poeñoño ni un detestable espontaneísta ni un versificador del año 10. Lo ganó un poeta, un vociferador, un hacedor, como dijera Borges vía los queridos griegos. Extraigo de una nota algo exigua pero buena en su brevedad algunas frases de Eugenio Mandrini (el ganador, pues) que me parece valen la pena ser leídas y tenidas en cuenta. Consultado acerca de su forma de escribir, dijo: 

"Escribo en la soledad más absoluta, fatalmente de noche en mi laboratorio, tapo la ventana con una frazada para que no haya luz porque la abrumadora realidad del nuevo día me inhabilita los conocimientos con los que escribo. También cuento con un interlocutor inventado que me lee en voz alta, porque el ojo silencioso no puede alcanzar ese espacio. A su vez, recibo de dos maneras el hecho poético: un pinchazo de alfiler, como un herpes, erupción que va a salir; o gran desasosiego como un escorpión y yo sé que algo viene. Siempre aparecen algunas palabras; para sostenerlas les pongo un título, sin él no puedo escribir porque es la capa del mago, el telón de fondo del teatro: donde se descorre aparece algo extraordinario."

Acerca de la poesía, sentenció:

"No alcanza con decir que la poesía es un oficio, ha llegado el momento de que la poesía vuelva a ser difícil, aunque hoy haya editoriales que se encarguen de recoger la hojarasca de tanta gente que escribe".

¡Bien! Mandrini es de los nuestros. Y cuando dice 'díficil' no quiere decir ni hermética ni abstrusa ni obligadamente oscura ni tampoco complicada al pedo. Quiere decir que la poesía no es una serie de versitos que riman diciendo las pavadas que flotan en la mente de cualquier espelunco o de, como bien dice, "gente que escribe", no poetas; quiere decir que lo primordial no es el facilismo ni el qué lindo, soy poeta porque rimé a con b ni mucho menos soy poeta por expulsar todo el cieno que hay en mi pobre alma y ya está, no hace falta más (en este desdén por la forma, por el cómo se dice lo que se dice se basa toda la patraña en que se sustentan y reproducen los poeñoños). Quiere decir que detrás de todo poema no sólo hay un arduo trabajo (casi se diría una lucha encarnizada con el lenguaje) sino también un pensamiento, una auténtica inquietud existencial que trasciende las fronteras de mi propia carnadura y puede hacerse carne en el otro. 
Y detrás de todo poema hay también algo que inevitablemente se escapa, que nunca se puede asir o alcanzar, que permanece inexpresado hasta el próximo intento, el próximo poema (la poesía misma, pues). Un poema límpido como el cristal no es un poema, es un informativo del estado del tiempo del alma de algún pobre diablo con ganas de ser "artista" pero no un poema, por más que esté en verso, rime y hasta esté centrado al medio. Un 'poema' límpido, explicativo, informativo, ordinario, bah, lo escribe cualquiera con más o menos pericia. Versificadores de versitos límpidos como el cristal hay a patadas. Gran parte de ellos son los que editan en editoriales piratas como Dunken et alia. Pero ¿eso es poesía, auténtica poesía lírica? ¡No!
Sigue Mandrini:

"Me inclino ante la vehemencia de la palabra de la poesía celebratoria, una poesía de carnadura lírica, poetas inmoderados. No hay poesía sin lirismo, sólo la urgencia dicta lo popular. Mis poetas necesarios son Jorge Bocannera, Jorge Aulicino y Leopoldo Castilla."

Poco más que decir. Aplausos. Vivas. Felicitaciones por el premio. Y a comprar su libro, que bien merecido lo tiene, cuando se edite.

22 de marzo de 2008

Las maquinitas en FIN

Estimados leyentes (¡si es que hay alguno por ahí!): las maquinitas han traspasado ya las fronteras de estos dos modestos blogs (viejo y nuevo rumiante) y han llegado al periódico virtual "Fin", emprendimiento de elaleph.com y el Taller de Corte y Corrección dirigido por Marcelo di Marco, al cual orgullosamente pertenezco desde diciembre del año pasado. Pasen y leánlo por allí y de paso lean el resto del periódico, of course.

AP

13 de marzo de 2008

Lo poéticamente incorrecto

¿Alguien recuerda lo que era tener una opinión? En los ríspidos y crispados tiempos que corren cualquiera que detente una opinión más o menos fundamentada y se atreva a expresarla por cualquier medio a su alcance, será tildado, de inmediato y cuando menos (y por las personas menos indicadas para), de "autoritario" o directamente "fascista". Lo he visto en este mundo virtual en el que me alojo y rumio, pero también fuera de él (aunque a veces me pregunto si existe un 'afuera' de la red, si no es que todo -pero tooooodo- está metido allí dentro). Sin embargo, es mucho más patente en los foros, grupos y listas poéticas que frecuento, ya sin el entusiasmo que supe tener antaño (salvo por mi amado Zaguán).
Es que uno se cansa. Se cansa de ser poética y políticamente correcta. Se cansa de gastar pólvora en chimangos. La pólvora, como todo lo demás, está cada vez más cara y aunque hablar es gratis, hablar con algún fundamento requiere cierta preparación, cierto nivel, cierto impulso también y todo eso sí que cuesta. Y uno, una se cansa de avivar giles. Bah, ojalá se avivaran. Son tan giles que ni de eso se dan cuenta. Están convencidos de su idiocia y nada los moverá de allí. Son como el burgués: ¡que lo van a asustar con poesías! ¡Que los voy a asustar con pedigrí universitario! Su círculo de ignorancia es tan perfecto que nada puede atravesarlo: ni un tanque ni una bala, mucho menos un pensamiento bien construido. Un pensamiento pensado y en proceso de pensarse, valga la rebuznancia.
En los últimos días cada vez que he abierto mi bocota virtual en un foro que frecuento y que años ha supe moderar (ya saben cuál, "Azul y Palabras" -¡oh, Kari! si supieras que nada ha cambiado desde que renunciamos a excepción de los insoportables saluditos-) los ignaros han desplegado, con total desparpajo, su prejuicio contra cualquier cosa que parezca más o menos ilustrada o que tenga cualquier ligero tufillo a sabihondez universitaria. Igual que en aquel momento, bah, aunque fueran otros (sucede que se reproducen a muy alta velocidad, y es entendible: ser un buen lector de poesía o ser un poeta más o menos pasable lleva mucho esfuerzo, tiempo y dedicación). Felices de no saber hilar dos frases coherentes, amparándose en bobos tiros por elevación (si supieran qué significa realmente la "Defensa de la poesía" de P. B. Shelley en el contexto del romanticismo inglés no la andarían blandiendo tan alegres), todo lo que hacen es denostar (cuando no descalificar directamente) a quien no acuerda con su ñoña manera de pensar y de ver la poesía.
Cuando el cuco universitario aparece, esa especie de Godzilla que destruye todo lo que toca, que arruina las Sublimes Esencias de la Poesia, que se atreve a Iluminar lo que debe permanecer Oscuro, que hace lugar a otros saberes para Interpretar los Sacrosantos e Intocables Textos Poéticos, los filisteos fanáticos del espontaneísmo y otras paparruchas por el estilo, los que hablan de Experiencias Inefables, Inexplicables e Imperecederas, sacan a relucir su ñoñez y proclaman idioteces tales como "la poesía no es literatura", confundiendo a ojos vista el texto poético (y como tal, dentro de lo que se considera "literatura" y no rocket science) con la eventualidad de lo poético, fenómeno de la percepción que puede producirse tanto a partir de un poema como de cualquier otro evento no textual, en tanto es una cualidad, una sensación, un estado o como queramos definirlo y por lo tanto puede residir fuera de la textualidad pura (aunque también en ella y no necesariamente confinada en un verso: ¿acaso Rayuela no es un gran y enorme poema, entendiendo poema en sentido lato, claro?).
Pobre de mí que pretendo que los felices ñoños entiendan algo así. Pobre la universidad pública, gratuita y estatal que me dio armas y conocimientos para poder decir esto sin temor a equivocarme o a incurrir en un dislate fenomenal como la mayoría de las cosas que entran día a día en mi pobrecita inbox. Pero, más bien, pobres ellos que se arrogan el derecho de cerrar la puerta al debate y el disenso no sólo descalificando al adversario, recurriendo a lo más bajo de la polemología, sino adornándolo todo con frases vacuas, hueras, carentes de todo sustento, que obturan el paso de cualquier luz, por ínfima que sea.
Me dijo un poeta y fotográfo amigo hace poco: "usted quiere iluminar pero encandila". Puede ser. ¡Que se encandilen de una vez por todas! ¡Ya me hartaron con tanta estupidez! Francamente, como dijera ya Catulo, me importa un bledo. La poesía es una fuente universal e inagotable y el único crítico literario que dirimirá todas estas cuestiones es el Tiempo. A él encomiendo yo mis obras. Él dirá. No yo. Muchos menos ellos.
Resumiendo: si usted tiene una opinión fundamentada en argumentos bien elaborados (pasibles, desde luego, de ser discutidos como tales) y tiene ganas de expresarla, lo mejor que puede hacer es fundar un blog y mandar a la mierda y cagarse en todos los envidiosos pelotudos que enseguida levantarán su dedo virtual y le dirán: ¡Autoritario! ¿Cómo se te ocurre tener una opinión diferente a la mía? ¡Fascista! ¿Cómo vas a mezclar la pulcra poesía con esa sucia puta de la universidad! ¡Cuidado, es un terrorista y está a punto de lanzar una opinión! ¡Masácrenlo! ¡Nazi! ¿Cómo vas a decir que lo que estás diciendo ya lo dijo Williams? ¿No tenés pensamiento propio? (los que no lo tienen son ellos, pero jamás lo admitirán, rumiador leyente) ¡Loco, insano! ¡La espontaneidad ante todo! ¡El sentimiento y nada más! ¡Fuera técnica, fuera reglas! ¿La poesía un dispositivo textual? ¡Pobre de vos! ¡Se ve que nunca leíste nada! (esto se lo dicen a alguien que lee y traduce poesía en varios idiomas) ¡Cómo se ve que no sabés nada de poesía! (esto se lo dicen a alguien que escribe desde los 15 años y ya va a cumplir 34) ¡No tenés nada que decir y te escudás en esas palabras complicadas! (claro, como nunca estuvieron en contacto con la teoría literaria, todo les parece abstruso; lo bien que les vendría primero aprender a escribir con alguna corrección, luego con alguna felicidad y más luego cultivarse un poco, aunque más no fuera un poco) y así por el estilo.
Esto es lo poéticamente correcto según los eventos consuetudinarios de la web: escribir idioteces de prescolar, ignorar todo lo que provenga de una fuente más o menos ilustrada y ampararse en supuestras trascendentalidades que nadie trascienden. Pues en mi opinión: ¡viva lo poéticamente incorrecto!

AP

9 de marzo de 2008

De los peligros de la idealización o el complemento perfecto de las maquinitas poéticas

Gombrowicz, ironista fino y salvaje, más argentino que polaco, y un texto que da por tierra con muchos lugares comunes y entrega, en medio de tanta mediocridad y medianía, un soplo de aire fresco, un poco de oxígeno, con una mordacidad que ya quisiera tener yo en la escritura y en la vida. Leánlo, no tiene desperdicio, es el mejor argumento-armamento contra los poeñoños y también un aviso de caminantes para aquellos que no somos o creemos ingenuamente no serlo.

Contra los poetas -  Witold Gombrowicz

Sería más delicado por mi parte no turbar uno de los pocos rituales que aún nos quedan. Aunque hemos llegado a dudar de casi todo, seguimos practicando el culto a la Poesía y a los Poetas, y es probablemente la única Deidad que no nos avergonzamos de adorar con gran pompa, con profundas reverencias y con voz altisonante,¡Ah, Shelley! ¡Ah, Stowacki! ¡Ah, la palabra del Poeta, la misión del Poeta y el alma del Poeta! Y, sin embargo, me veo obligado a abalanzarme sobre estas oraciones y, en la medida de mis posibilidades, estropear este ritual en nombre..., sencillamente en nombre de una rabia elemental que despierta en nosotros cualquier error de estilo, cualquier falsedad, cualquier huida de la realidad. Pero ya que emprendo la lucha contra un campo particularmente ensalzado, casi celestial, debo cuidar de no elevarme yo mismo como un globo y de no perder la tierra firme bajo mis pies.
Supongo que la tesis del presente ensayo: que a casi nadie le gustan los versos y que el mundo de la poesía en verso es un mundo ficticio y falseado, puede parecer tan atrevida como poco seria. Y sin embargo, yo me planto ante vosotros y declaro que a mí los versos no me gustan en absoluto y hasta me aburren. Me diréis quizá que soy un pobre ignorante. Pero, por otra parte, llevo mucho tiempo trabajando en el arte y su lenguaje no me resulta del todo ajeno. Tampoco podéis utilizar contra mí vuestro argumento preferido afirmando que no poseo sensibilidad poética, porque precisamente la poseo y en gran cantidad, y cuando la poesía se me aparece no en los versos, sino mezclada con otros elementos más prosaicos, por ejemplo, en los dramas de Shakespeare, en la prosa de Dostoyevski o Pascal, o sencillamente con ocasión de una corriente puesta de sol, me pongo a temblar como los demás mortales. ¿Por qué, entonces, me aburre y me cansa ese extracto farmacéutico llamado «poesía pura», sobre todo cuando aparece en forma rimada? ¿Por qué no puedo soportar ese canto monótono, siempre sublime, por qué me adormece ese ritmo y esas rimas, por qué el lenguaje de los poetas se me antoja el menos interesante de todos los lenguajes posibles, por qué esa Belleza me resulta tan poco seductora y por qué no conozco nada peor en cuanto estilo, nada más ridículo, que la manera en que los Poetas hablan de sí mismos y de su Poesía?
Pero yo tal vez estaría dispuesto a reconocer una particular carencia mía en este sentido..., si no fuera por ciertos experimentos..., ciertos experimentos científicos... ¡Qué maldición para el arte, Bacori! Os aconsejo que no intentéis jamás realizar experimentos en el terreno del arte, ya que este campo no lo admite; toda la pomposidad sobre el tema es posible sólo a condición de que nadie sea tan indiscreto como para averiguar hasta qué punto se corresponde con la realidad. Vaya cosas que veríamos si nos pusiéramos a investigar, por ejemplo, hasta qué punto una persona que se embelesa con Bach tiene derecho de embelesarse con Bach, esto es, hasta qué punto es capaz de captar algo de la música de Bach. ¿Acaso no he llegado a dar (pese a que no soy capaz de tocar en el piano ni siquiera «Arroz con leche»), y no sin éxito, dos conciertos? Conciertos que consistían en ponerme a aporrear el instrumento, tras haberme asegurado el aplauso de unos cuantos expertos que estaban al corriente de mi intriga y tras anunciar que iba a tocar música moderna. Qué suerte que aquellos que discurren sobre el arte con el grandilocuente estilo de Valéry no se rebajan a semejantes confrontaciones. Quien aborda nuestra misa estética por este lado podrá descubrir con facilidad que este reino de la aparente madurez constituye justamente el más inmaduro terreno de la humanidad, donde reina el bluff, la mistificación; el esnobismo, la falsedad y la tontería. Y será muy buena gimnasia para nuestra rígida manera de pensar imaginarnos de vez en cuando al mismo Paul Valéry como sacerdote de la Inmadurez, un cura descalzo y con pantalón corto.
He realizado los siguientes experimentos: combinaba frases sueltas o fragmentos de frases, construyendo un poema absurdo, y lo leía ante un grupo de fieles admiradores como una nueva obra del vate, suscitando el arrobamiento general de dichos admiradores; o bien me ponía a interrogarles detalladamente sobre este o aquel poema, pudiendo así constatar que los «admiradores» ni siquiera lo habían leído entero. ¿Cómo es eso? ¿Admirar tanto sin siquiera leerlo hasta el final? ¿Deleitarse tanto con la «precisión matemática» de la palabra poética y no percatarse de que esta precisión está puesta radicalmente patas arriba? ¿Mostrarse tan sabihondos, extenderse tanto sobre estos temas, deleitarse con no sé qué sutilidades y matices, para al mismo tiempo cometer pecados tan graves, tan elementales? Naturalmente, después de cada uno de semejantes experimentos había grandes protestas y enfados, mientras los admiradores juraban y perjuraban que en realidad las cosas no son así..., que no obstante...; pero sus argumentos nada podían contra la dura realidad del Experimento.
Me he encontrado, pues, frente al siguiente dilema: miles de hombres escriben versos; centenares de miles admiran esta poesía; grandes genios se han expresado en verso; desde tiempos inmemorables el Poeta es venerado, y ante toda esta montaña de gloria me éncuentro yo con mi sospecha de que la misa poética se desenvuelve en un vacío total. Ah, si no supiera divertirme con esta situación, estaría seguramente muy aterrorizado. A pesar de esto, mis experimentos han fortalecido mis ánimos, y ya con más valor me he puesto a buscar respuesta a esta cuestión atormentadora: ¿por qué no me gusta la poesía pura? ¿Por qué? ¿No será por las mismas razones por las que no me gusta el azúcar en estado puro? El azúcar sirve para endulzar el café y no para comerlo a cucharadas de un plato como natillas. En la poesía pura, versificada, el exceso cansa: el exceso de palabras poéticas, el exceso de metáforas, el exceso de sublimación, el exceso, por fin, de la condensación y de la depuración de todo elemento antipoético, lo cual hace que los versos se parezcan a un producto químico.
El canto es una forma de expresión muy solemne... Pero he aquí que a lo largo de los siglos el número de cantores se multiplica, y estos cantores al cantar tienen que adoptar la postura de cantor, y esta postura con el tiempo se vuelve cada vez más rígida. Y un cantor excita al otro, uno consolida al otro en su obstinado y frenético canto; en fin, que ya no cantan más para las multitudes, sino que uno canta para el otro; y entre ellos, en una rivalidad constante, en un continuo perfeccionamiento del canto, surge una pirámide cuya cumbre alcanza los cielos y a la que admiramos desde abajo, desde la tierra, levantando las narices hacia arriba. Lo que iba a ser una elevación momentánea de la prosa se ha convertido en el programa, en el sistema, en la profesión, y hoy en día se es Poeta igual que se es ingeniero o médico. El poema nos ha crecido hasta alcanzar un tamaño monstruoso, y ya no lo dominamos nosotros a él, sino él a nosotros. Los poetas se han vuelto esclavos, y podríamos definir al poeta como un ser que no puede expresarse a sí mismo, porque tiene que expresar el Verso.
Y, sin embargo, no puede haber probablemente en el arte cometido más importante que justamente éste: expresarse a sí mismo. Nunca deberíamos perder de vista la verdad que dice que todo estilo, toda postura definida, se forma por eliminación y en el fondo constituye un empobrecimiento. Por tanto, nunca deberíamos permitir que alguna postura redujera demasiado nuestras posibilidades convirtiéndose en una mordaza, y cuando se trata de una postura tan falsa, es más, casi pretenciosa, como la de un «cantor», con más razón deberíamos andarnos con ojo. Pero nosotros, hasta ahora, en lo que al arte se refiere, dedicamos mucho más esfuerzo y tiempo a perfeccionarnos en uno u otro estilo, en una u otra postura, que a mantener ante ellos una autonomía y libertad interiores, y a elaborar una relación adecuada entre nosotros y nuestra postura. Podría parecer que la Forma es para nosotros un valor en sí mismo, independientemente del grado en que nos enriquece o empobrece. Perfeccionamos el arte con pasión, pero no nos preocupamos demasiado por la cuestión de hasta qué punto conserva todavía algún vínculo con nosotros. Cultivamos la poesía sin prestar atención al hecho de que lo bello no necesariamente tiene que «favorecernos». De modo que si queremos que la cultura no pierda todo contacto con el ser humano, debemos interrumpir de vez en cuando nuestra laboriosa creación y comprobar si lo que creamos nos expresa.
Hay dos tipos contrapuestos de humanismo: uno, que podríamos llamar religioso, trata de echar al hombre de rodillas ante la obra de la cultura humana, nos obliga a adorar y a respetar, por ejemplo, la Música o la Poesía, o el Estado, o la Divinidad; pero la otra corriente de nuestro espíritu, más insubordinada, intenta justamente devolverle al hombre su autonomía y su libertad con respecto a estos Dioses y Musas que, al fin y al cabo, son su propia obra. En este último caso, la palabra «arte» se escribe con minúscula. Es indudable que el estilo capaz de abarcar ambas tendencias es más completo, más auténtico y refleja con más exactitud el carácter antinómico de nuestra naturaleza que el estilo que con un extremismo ciego expresa solamente uno de los polos de nuestros sentimientos. Pero, de todos los artistas, los poetas son probablemente los que con más ahínco se postran de hinojos -rezan más que los otros-, son sacerdotes par excellence y ex professio, y la Poesía así planteada se convierte sencillamente en una celebración gratuita. Justamente es esta exclusividad lo que hace que el estilo y la postura de los poetas sean tan drásticamente insuficientes, tan incompletos.
Hablemos un momento más sobre el estilo. Hemos dicho que el artista debe expresarse a sí mismo. Pero, al expresarse a sí mismo, también tiene que cuidar que su manera de hablar esté acorde con su situación real en el mundo, debe expresar no solamente su actitud ante el mundo, sino también la del mundo ante él. Si siendo cobarde, adopto un tono heroico, cometo un error de estilo. Pero si me expreso como si fuera respetado y querido por todo el mundo, mientras en realidad los hombres ni me aprecian ni me tienen simpatía, también cometo un error de estilo. Si, en cambio, queremos tomar conciencia de nuestra verdadera situación en el mundo, no podemos eludir la confrontación con otras realidades diferentes de la nuestra. El hombre formado únicamente en el contacto con hombres que se le parecen, el hombre que es producto exclusivo de su propio ambiente, tendrá un estilo peor y más estrecho que el hombre que ha vivido en ambientes diferentes y ha convivido con gente diversa. Ahora bien, en los poetas irrita no sólo esa religiosidad suya, no compensada por nada, esa entrega absoluta a la Poesía, sino también su política de avestruz en relación con la realidad: porque ellos se defienden de la realidad, no quieren verla ni reconocerla, se abandonan expresamente a un estado de ofuscamiento que no es fuerza, sino debilidad.
¿Es que los poetas no crean para los poetas? ¿Es que no buscan únicamente a sus fieles, es decir, a hombres iguales a ellos? ¿Es que estos versos no son producto exclusivo de un hombre determinado y restringido? ¿Es que no son herméticos? Obviamente, no les reprocho el que sean «difíciles», no pretendo que escriban «de manera comprensible para todos» ni que sean leídos en las casas campesinas pobres. Sería igual a pretender que voluntariamente renunciaran a los valores más esenciales, como la conciencia, la razón, una mayor sensibilidad y un conocimiento más profundo de la vida y del mundo, para bajar a un nivel medio; ¡oh, no, ningún arte que se respete lo aceptaría jamás! Quien es inteligente, sutil, sublime y profundo debe hablar de manera inteligente, sutil y profunda, y quien es refinado debe hablar de un modo refinado, porque la superioridad existe, y no para rebajarse. Por tanto, no es malo que los versos contemporáneos no sean accesibles a cualquiera, lo que sí es malo es que hayan surgido de la convivencia unilateral y restringida de unos mundos y tinos hombres idénticos. Al fin y al cabo, yo mismo soy un autor que defiende obstinadamente su propio nivel, pero al mismo tiempo (lo digo para que no se me eche en cara que practico un género que combato), mis obras ni por un momento se olvidan de que fuera de mi mundillo existen otros mundos. Y si no escribo para el pueblo, no obstante escribo como alguien amenazado por el pueblo o dependiente del pueblo, o creado por el pueblo. Tampoco se me ha pasado nunca por la cabeza adoptar una pose de «artista», de «escritor», de creador maduro y reconocido, sino que ; precisamente represento el papel de candidato a artista, de aquel que sólo desea ser maduro, en una incesante y encarnizada lucha con todo lo que frena mi desarrollo. Y mi arte se ha formado no en contacto con un grupo de gente afín a mí, sino precisamente en relación y en '' contacto con el enemigo.
¿Y los poetas? ¿Acaso puede salvarse el poema de un poeta si cae en manos no de un amigo-poeta, sino de un enemigo, un no-poeta? Como cualquier otra expresión, un poema debería ser concebido y realizado de manera que no deshonrara a su propio creador, ni siquiera en el caso de que no tuviese que gustar a nadie. Más aún, es preciso que los poemas no deshonren al creador ni siquiera en el caso de que a él mismo no le gusten. Porque ningún poeta es exclusivamente poeta, y en cada poeta vive un no-poeta que no canta y a quien no le gusta el canto...; el hombre es algo más vasto que el poeta. El estilo surgido entre los adeptos de una misma religión muere en contacto con la multitud de infieles; es incapaz de defenderse y de luchar; es incapaz de vivir una verdadera vida; es un estilo estrecho.Permitidme que os muestre la siguiente escena... Imaginémonos que en un grupo de más de diez personas una de ellas se levanta y se pone a cantar. Su canto aburre a la mayoría de los oyentes; pero el cantante no quiere darse cuenta de ello; no, él se comporta como si encantara a todo el mundo; pretende que todos caigan de rodillas ante esa Belleza, exige un reconocimiento incondicional a su papel de Vate; y aunque nadie le da mayor importancia a su canto, él adopta una expresión como si su palabra tuviera un significado decisivo para el mundo; lleno de fe en su Misión Poética lanza anatemas, truena, se agita en un vacío; pero, es más, no quiere reconocer ante la gente ni ante sí mismo que este canto le aburre hasta a él, le atormenta y le irrita, puesto que él no se expresa de una manera desenvuelta, natural ni directa, sino en una forma heredada de otros poetas, una forma que perdió hace tiempo el contacto con la directa sensibilidad humana; y así no sólo canta la Poesía, sino que también se embelesa con la Poesía; siendo Poeta, adora la grandeza y la importancia del Poeta; no sólo pretende que los demás caigan de rodillas ante él, sino que él mismo cae de rodillas ante sí mismo. ¿No podría decirse de ese hombre que ha decidido llevar un peso excesivo sobre sus espaldas? Puesto que no sólo cree en la fuerza de la poesía, sino que se obliga a sí mismo a esta fe, no sólo se ofrece a los demás, sino que los obliga a que reciban este don divino como si fuera una hostia. En un estado espiritual tan hermético, ¿dónde puede surgir una grieta por la cual desde el exterior pudiese penetrar la vida? Y al fin y al cabo no hablamos aquí de un cantor de tercera fila, no, todo esto también se refiere a los poetas más célebres, a los mejores.
Si al menos el poeta supiera tratar su canto como una pasión, o como un rito, si al menos cantara como los que tienen que cantar, aun sabiendo que cantan en el vacío. Si en lugar de un orgulloso «yo, Poeta» fuese capaz de pronunciar estas palabras con vergüenza o con temor... o hasta con repulsión... ¡Pero no! ¡El Poeta tiene que adorar al Poeta!
Esta impotencia ante la realidad caracteriza de manera contundente el estilo y la postura de los poetas. Pero el hombre que huye de la realidad ya no encuentra apoyo en nada..., se convierte en juguete de los elementos. A partir del momento en que los poetas perdieron de vista al ser humano concreto para fijar la mirada en la Poesía abstracta, ya nada pudo frenarlos en la pendiente que conducía directamente al precipicio del absurdo. Todo empezó a crecer espontáneamente. La metáfora, privada de cualquier freno, se desencadenó hasta tal punto que hoy en los versos no hay más que metáforas. El lenguaje se ha vuelto ritual: esas «rosas», esos «ocasos», esas «añoranzas» o esos «dolores», que antaño poseían cierto frescor, a causa de un uso excesivo se han convertido en sonidos vacíos; y esto mismo se refiere a los más modernos «semáforos» y demás «espirales». El estrechamiento del lenguaje va acompañado del estrechamiento del estilo, lo cual ha provocado el que hoy en día los versos no sean más que una docena de «vivencias» consagradas, servidas en insistentes combinaciones de un vocabulario mísero. A medida que el Estrechamiento se iba volviendo cada vez más Estrecho, también la Belleza no frenada por nada se volvía cada vez más Bella, la Profundidad cada vez más Profunda, la Nobleza cada vez más Noble, la Pureza cada vez más Pura. Si por un lado el verso, privado de frenos, se ha hinchado hasta alcanzar las dimensiones de un poema gigantesco (similar a una selva conocida de verdad sólo por unos cuantos exploradores), por otro lado empezó a condensarse reduciéndose a un tamaño ya demasiado sintético y homeopático. Asimismo se empezó a hacer descubrimientos y experimentos con cara de ser los únicos enterados; y, repito, ya nada es capaz de frenar esta aburrida orgía. Porque no se trata aquí de la creación de un hombre pare otro hombre, sino de un rito celebrado ante un altar. Y por cada diez versos, habrá al menos uno dedicado a la adoración del Poder de la Palabra Poética o a la glorificación de la vocación del Poeta.
Convengamos que estos síntomas patológicos no son propios únicamente de los poetas. En la prosa esta postura religiosa también ha hecho grandes estragos, y si tomamos por ejemplo obras como La muerte de Virgilio, de Broch, Ulises o algunas obras de Kafka, experimentamos la misma sensación: que la «eminencia» y la «grandeza» de estas obras se realizan en el vacío, que pertenecen a estos libros que todo el mundo sabe que son grandes..., pero que de algún modo nos resultan lejanos, inaccesibles y fríos..., puesto que fueron escritos de rodillas y con el pensamiento puesto no en el lector, sino en el Arte o en otra abstracción. Esta prosa surgió del mismo espíritu que ilumina a los poetas, e indudablemente, por su esencia, es «prosa poética».
Si dejamos aparte las obras y nos ocupamos de las personas de los poetas y del mundillo que estas personas crean con sus fieles y sus acólitos, nos sentiremos aún más sofocados y aplastados. Los poetas no sólo escriben 'para los poetas, sino que también se alaban mutuamente y mutuamente se rinden honores unos a otros. Este mundo, o mejor dicho, este mundillo, no difiere mucho de otros mundillos especializados y herméticos: los ajedrecistas consideran el ajedrez como la cumbre de la creación humana, tienen sus jerarquías, hablan de Capablanca con el mismo sentimiento religioso que los poetas de Mallarmé, y uno confirma al otro en la convicción de su propia importancia. Pero los ajedrecistas no pretenden tener un papel tan universal, y lo que después de todo se puede perdonar a los ajedrecistas, se vuelve imperdonable en el caso de los poetas. Como consecuencia de semejante aislamiento, todo aquí se hincha, y hasta los poetas mediocres se hinchan de manera apocalíptica, mientras problemas insignificantes cobran una importancia desorbitada. Recordemos, por ejemplo, las tremendas polémicas acerca del tema de las asonancias, y el tono en que se discutía esta cuestión: parecía entonces que el destino de la humanidad dependiera de si era lícito rimar de forma asonante. Es lo que ocurre cuando el espíritu del gremio llega a dominar al espíritu universal.
Otro hecho no menos vergonzoso es la cantidad de poetas. A todos los excesos mencionados más arriba, hay que añadir el exceso de vates. Estas cifras ultrademocráticas hacen explotar desde dentro la orgullosa y aristocrática fortaleza poética; realmente resulta bastante divertido verlos a todos juntos en un congreso: ¡qué multitud de seres más peculiares! Pero ¿es que el arte que se celebra en el vacío no es el terreno ideal para aquellos que justamente no son nadie, cuya personalidad vacía se desahoga encantada en esas formas limitadas? Y lo que ya es verdaderamente ridículo son esas críticas, esos articulillos, aforismos y ensayos que aparecen en la prensa sobre el tema de la poesía. Eso sí que es vanilocuencia, una vanilocuencia pomposa y tan ingenua, tan infantil, que uno no puede creer que hombres que se dedican a escribir no perciban la ridiculez de semejante publicística. Hasta ahora no han comprendido esos estilistas que de la poesía no se puede escribir en tono poético, por lo que sus gacetillas están repletas de semejantes elucubraciones poetizantes. También es muy grande la ridiculez que acompaña los recitales, concursos y manifiestos, pero supongo que no vale la pena extenderse más sobre ello.
Creo haber explicado más o menos por qué la poesía en verso no me seduce. Y por qué los poetas -que se han entregado totalmente a la Poesía y han sometido a esta Institución toda su existencia, olvidándose de la existencia del hombre concreto y cerrando los ojos a la realidad- se encuentran (desde hace siglos) en una situación catastrófica. A pesar de las apariencias de triunfo. A pesar de toda la pompa de esta ceremonia.
Pero aún tengo que refutar cierta acusación.
El simplismo inusitado con que se defienden los poetas (por lo general, hombres nada tontos, aunque ingenuos) cuando se ataca su arte, sólo se puede explicar por una ceguera voluntaria. Muchos de ellos buscan salvarse argumentando que escriben versos por placer, como si todo su comportamiento no desmintiese semejante afirmación. Los hay que sostienen con toda seriedad que escriben para el pueblo y que sus rebuscados jeroglíficos constituyen el alimento espiritual de las almas sencillas. No obstante, todos creen con firmeza en la resonancia social de la poesía, y desde luego les será difícil comprender cómo se les puede atacar desde este lado. Dirán: –¡Cómo! ¿Acaso puede usted dudar? ¿Es que no ve usted las multitudes que asisten a nuestros recitales? ¿La cantidad de ediciones que consiguen nuestros volúmenes? ¿Los estudios, los artículos, las disertaciones publicados sobre nosotros? ¿La admiración que rodea a los poetas famosos? Es usted precisamente quien no quiere ver las cosas como son...
¿Qué les contestaré? Que todo esto no son más que ilusiones. Es cierto que a los recitales van multitudes, pero también es cierto que incluso un oyente muy culto no es capaz en absoluto de comprender un poema declamado en un recital. Cuántas veces he asistido a estas aburridas sesiones, en que se recitaba un poema tras otro, cuando cada uno de ellos tendría que ser leído con la máxima atención al menos tres veces para poder descifrar por encima su contenido. En cuanto a las ediciones, sabemos que se compran miles de libros para no ser leídos jamás. Sobre la poesía escriben, como ya hemos dicho, los poetas. ¿Y la admiración? ¿Es que los caballos en las carreras no despiertan todavía más interés? Pero ¿qué tiene que ver la afición deportiva con que asistamos a toda clase de rivalidades y todas las ambiciones -nacionales u otras- que acompañan a estas carreras, qué tiene que ver todo esto con una auténtica emoción artística? Sin embargo, semejante respuesta, aunque justa, no sería suficiente. El problema de nuestra convivencia con el arte es mucho más profundo y difícil. Y es indudable, al menos a mi parecer, que si queremos entender algo de él, debemos romper totalmente con esta idea demasiado fácil de que «el arte nos encanta» y que «nos deleitamos con el arte». No el arte nos encanta sólo hasta cierto punto, mientras que los placeres que nos proporciona son más bien dudosos... Y ¿acaso puede ser de otra manera, si la convivencia con el gran arte es una convivencia con hombres maduros, de horizontes más vastos y sentimientos más fuertes? No nos deleitamos, más bien tratamos de deleitarnos..., y no comprendemos..., sino que tratamos de comprender...
Qué superficial es el pensamiento para el cual este fenómeno complicado se reduce a una simple fórmula: el arte encanta porque es bello.
–Oh, hay tantos esnobs..., pero yo no soy un esnob, yo reconozco con franqueza cuando algo no me gusta –dice esta ingenuidad y le parece que con esto todo queda arreglado.
Sin embargo, podemos percibir aquí claramente unos factores que no tienen nada que ver con la estética. ¿Pensáis que si en la escuela no nos hubiesen obligado a extasiarnos con el arte, tendríamos por él, más tarde, tanta admiración, una admiración que nos viene dada? ¿Creéis que si toda nuestra organización cultural no nos impusiera el arte, nos interesaríamos tanto por él? ¿No será nuestra necesidad de mito, de adoración, lo que se desahoga en esta admiración nuestra, y no será que al adorar a los superiores, nos ensalzamos a nosotros mismos? Pero ante todo, estos sentimientos de admiración y de éxtasis, ¿surgen «de nosotros» o «entre nosotros»? Si en un concierto estalla una salva de aplausos, eso no quiere decir en absoluto que cada uno de los que aplauden esté entusiasmado. Un tímido aplauso provoca otro, se excitan mutuamente, hasta que por fin se crea una situación en que cada uno tiene que adaptarse interiormente a esta locura colectiva. Todos «se comportan» como si estuvieran entusiasmados, aunque «verdaderamente» nadie está entusiasmado, al menos no hasta tal punto.
Sería, pues, un error, una ingenuidad lastimosa, pretender que la poesía, o cualquier otro arte, fuera, sencillamente, fuente de placer humano. Y si desde este punto de vista observamos el mundo de los poetas y de sus admiradores, entonces todos sus absurdos y ridiculeces parecerán justificados: pues al parecer tiene que ser así, y está acorde con el orden natural de las cosas, que el arte, igual que el entusiasmo que despierta, sea más bien producto del espíritu colectivo que no una reacción espontánea del individuo.
Y, sin embargo, no. Sin embargo, tampoco este planteamiento logrará salvar a los poetas, ni proporcionar los colores de la vida y de la realidad a su poesía. Porque si la realidad es precisamente así, ellos no se dan cuenta. Para ellos todo sucede de una manera simple: el cantante canta, y el oyente, entusiasmado, escucha. Está claro que si fuesen capaces de reconocer estas verdades y sacar de ellas todas sus consecuencias, tendría que cambiar radicalmente su misma actitud hacia el canto. Pero podéis estar tranquilos: jamás nada cambiará entre los poetas. Y no os hagáis ilusiones de que ante estas fuerzas colectivas que nos falsean nuestra percepción individual muestren una voluntad de resistencia al menos para que el arte no sea una ficción y una ceremonia, sino una verdadera coexistencia del hombre con el hombre. ¡No, estos monjes prefieren postrarse!
¿Monjes? Eso no quiere decir que yo sea adversario de Dios o de sus numerosas órdenes religiosas. Pero incluso la religión muere desde el momento en que se convierte en un rito. Realmente, sacrificamos con demasiada facilidad en estos altares la autenticidad y la importancia de nuestra existencia.

Texto extraído del ANEXO del Diario 1.

Tomado de http://tijuana-artes.blogspot.com/2006/06/contra-los-poetas.html (gracias a Daniel Medina, quien me acercó el link y el texto).

2 de marzo de 2008

Comando Tecné Poietiké al ataque

Un intercambio de mensajes que se produjo el día de hoy en una de las listas poéticas que frecuento (y que supe moderar años atrás) y sobre el que seguramente volveré, me lleva a publicar aqui un texto que escribí para "La Granda Milito", ese bella flecha quincenal que con tanto gusto edité y dirigí junto a dos caros amigos y que acaso vuelva al ciberespacio pronto (aún no sabemos, no se emocionen los militones asiduos!).
No hay mucho que decir acerca del texto en sí, que se explica y sostiene solito. Y que tiene un obvio trasfondo humorístico, ya que fue pensado para un boletín cuya premisa básica era esa. Pero si levanta polvareda, mejor, ése es uno de los objetivos no declarados pero absolutamente fundamentales de este blog.
Los dejo con él:

NO SIENTAN: LEAN

El internauta amante de la literatura debe asistir, cada vez que se conecta, al despliegue tentacular de una nueva raza de presuntos escritores: los "escritores del sentimiento". Hijos dilectos de la ralea new-age, infecta cruza de José Narosky y Julia Prilutzky Farny, copan las páginas literarias con una constancia digna de mejor causa; saturan las casillas de correo con musicales mensajes que sobrepasan la capacidad de cualquier servidor; son los primeros en reenviar sin miramientos "Instantes", "La marioneta" y cuanto texto apócrifo ande huérfano y suelto; y son también los primeros en saltar heridos por el rayo cuando alguien hace notar la falsa autoría de esos mamotretos, amparándose en la "belleza" y en el "mensaje sanador" que emanan, sin que les importe algo tan nimio como su verdadera autoría.
Los paladines del corazón se autodenominan "escritores aficionados", suponiendo entonces que existe un clan rival de "escritores profesionales", alejados del verdadero sentimiento e inmersos en aburridas digresiones intelectuales; esperan así hacernos tragar su olla podrida sin que podamos quejarnos de su acre sabor o de su ríspida textura, ya que ellos son "escritores aficionados": todo, aun los mayores dislates ortográficos, técnicos y sintácticos debe serles perdonado; luego, lloran y patalean en cuanto alguien les hace notar el escaso mérito de sus obras y llegan al paroxismo del horror cuando algún otro señala la urgente necesidad de ponerse a estudiar, y, sobre todo, a leer seriamente, no sólo sus propios bodrios sino, primero, a los clásicos y a los contemporáneos; trascartón, se les ponen los pelos de punta ante algunas palabras, que repiten, azorados, con la boca llena de hiel: ¿técnica? ¿estructura? ¿normas? ¿reglas?; los ojos se les inyectan en sangre y se les desorbitan cuando sus esperpentos, con perdón de Valle-Inclán, pasan inadvertidos o son rápidamente rotulados como tales; braman entonces como bestias enfurecidas contra cualquier voz ciertamente más experimentada, y sacan a relucir su petulante bisoñería con el arma más manida, gastada y refundida de todas: la sacrosanta e indiscutible "libertad del creador".
Esta chusma de escribidores se reproduce con alarmante rapidez en todas las latitudes y sorprendente es observar que en todas las ocasiones reaccionan igual: confunden alegremente crear con poner por escrito, verso con frase seccionada más o menos donde me parece, estrofa con párrafo y viceversa; confunden más alegremente aún comentar, sugerir y criticar con censurar y, por si fuera poco, desconocen con total tranquilidad las bondades de la corrección y de la labor limae.
La caterva virtual tiene también otros comportamientos que la identifican sin duda: riman, invariablemente, 'sentimiento' con 'pensamiento'; preñan sus escritos con signos de admiración, asteriscos y puntos suspensivos a mansalva, en busca del énfasis perdido; para colmo, plagan sus escritos con todas las palabras, giros y expresiones más sobados de su ya exiguo lenguaje, al que adornan con todos los términos que ostentan supuesto prestigio poético, sin discriminar y sin preocuparse jamás por ampliar su léxico, no mayor que el de un niño de corta edad; se inventan categorías textuales a su gusto, como el "texto libre", ensalada rusa que pretende atentar contra las "reglas" de los "géneros literarios", y que termina siendo una parrafada indigesta para cualquiera.
Por otra parte, los "escritores de lo bueno y lo bello de la vida" están emperrados en decir lo que ya dijo el Romanticismo (la gran Bécquer) y el Modernismo (la gran Darío), como si ellos acabaran de descubrirlo y todos nosotros permaneciéramos en la más oscura de las inopias emocionales y literarias; suponen, asimismo, que quienes se aventuran a leerlos no tienen derecho a una expresión cuidada y certera, a una ortografía decente, a un mínimo de frases hiladas con alguna coherencia; y suponen también que la poesía es -ante todo- "puro sentimiento", y que basta tronchar el chorro de sus sensiblerías sin el menor sentido del ritmo o la cadencia... total, ¡es poesía! ¡Y la poesía es libre! gritan a voz en cuello, y guay entonces de aquel desalmado que ose indicar la necesidad de evitar las rimas desmedidas, las anáforas anafóricas y el más mínimo decoro en la utilización de los adjetivos; guay de aquel malnacido que intente demostrar cómo ese cuco odioso y horrípilo de "la técnica" puede ayudar a componer un poema con algún vuelo lírico. ¿Cómo se atreve a importunar a los esforzados escritores del sentimiento con esas intrincadas sofisterías para eruditos? ¿Cómo se atreve a denunciar la trivialidad y la inmadurez reinante entre los conjurados del amor, entre los que no necesitan jueces que validen su arte libre de reglas, su clamoroso "grito libre de libertad"*?
Los plumetastros del reino virtual se aplauden entre ellos, retroalimentando su populosa progenie; se palmotean las espaldas con sus cartapacios y se leen unos a otros sus interminables folios, porque aún no se enteraron de la llamada "economía de recursos" y menos aún de la imponderable efectividad del silencio. Luego, apagan la PC sintiéndose muy ufanos, ya que ellos escriben lo que les sale directamente del corazón y eso, que el Parnaso los perdone, es suficiente. Si alguien todavía tiene el tupé de hacerles reparar en la conveniencia de devolver rápidamente todo ese palabrerío al corazón de donde provino, se amparan en argumentos tan endebles como los que hemos visto y se obstinan en ignorar la palabra fundacional que hace a toda verdadera escritura: el oficio. He ahí la palabra que los saca de quicio, porque los enfrenta, sin medias tintas, con aquello de lo que carecen y que, por este triste camino, nunca llegarán a alcanzar.

* Expresión original del vate argentino G. V.

COMANDO TEKNÉ POIETIKÉ

Adhieren:

ASOCIACIÓN "SI COMO EL GRIEGO AFIRMA EN EL CRATILO"
BRIGADA DE PROFILAXIS "CASTREMOS A AMADO NERVO"
GRUPO "RUBÉN DARÍO HUBO UNO SOLO (GRACIAS A DIOS)"
PIQUETE "NERUDA Y BENEDETTI NO SON LOS ÚNICOS POETAS"

Las maquinitas poéticas I (reprise)

Posteo aquí, en este domingo de lluvia y feroces chicharras & mosquitos, el único posteo del viejo rumiante que levantó repercusión y que aún sigue teniéndola, con la esperanza de que en esta nueva casa haya todavía más bulla al respecto. Al final, añado los comentarios que recibió y lo que yo misma respondí; hay también ligeras correcciones de estilo. Su estilo polémico suena un poco pomposo en ocasiones pero es el riesgo que se corre. Tendría muchas cosas que agregar respecto a algunos comentarios, pero prefiero hacerlo en sucesivos posteos. 
Allá va:


LAS MAQUINITAS POÉTICAS

A todos nos pasa: a veces las musas se niegan a parir sus primicias, los versos se escurren, esquivos, por vericuetos imposibles de alcanzar y entonces recurrimos a ellas: las maquinitas poéticas.
Las hay de muchas clases, tipos y colores. Pero todas tienen algo en común: están tan lejos de la poesía como la física cuántica. Y creo que aún ésta se acerca más que las maquinitas de las que hablo. También podríamos llamarlas “fórmulas” y hasta “recetas”. Son como pequeños calmantes, pero en el fondo no son más que aspirinas para curar el cáncer. 
Reacio a aceptar que, de vez en cuando, no se puede escribir todo o como uno quisiera, el poeta recurre a ellas para dejar su conciencia en paz y sentir la satisfacción del deber cumplido. Pero ¿qué deber cumplido es aquel que se realiza bajo la advocación de las maquinitas? ¿Qué poesía hay allí, si es todo producto de la fría y aséptica combinación de elementos de (supuesta) eficacia estratégicamente dispuestos para causar un “efecto de poesía”, por llamarlo así?
Las maquinitas poéticas le otorgan tranquilidad al poeta, sobre todo al poeta bisoño, que en su novatería no se da cuenta de que está recurriendo a ellas y en cambio supone estar “creando” al fin. Error, mi buen amigo. Si usted cae en las garras de la maquinita poética díficilmente pueda volver a crear algo en su vida. Crear es unir dos ideas o elementos que normalmente no están unidos ni vinculados y generar algo totalmente nuevo. No tiene nada que ver con la producción en serie de poemas o de textos como si se tratara de embutidos. El poeta que quiera deshacerse de las maquinitas debe combatirlas con todas sus fuerzas y huir de sus cantos de sirena cada vez que se le aparezcan, cada vez que se le asomen por sobre el hombro y comiencen a disparar sus dardos tranquilizantes.
¿De qué se tratan estas formulitas? Muy sencillo: son una serie de elementos pretendidamente poéticos que combinados entre sí dan la ilusión de poema. Repito: la ilusión, no un poema en sí. ¿Cuáles son estos elementos? Los más básicos: imágenes trilladas hasta el vómito, metáforas cristalizadas por el uso coloquial que no resultan sorprendentes en boca de nadie, menos que menos en un poema; términos con supuesto “prestigio poético” y la reina de todas las fórmulas: sentimientos ñoños a rolete. 
Veamos algunos ejemplos, porque si de algo se aprende es de la experiencia propia y yo también he tenido -y aún tengo- mis maquinitas favoritas. Escribir este post es una forma de exorcizarlas y rebelarme ante ellas y su malsano poder de dejar la “conciencia tranquila”. (No estaría de más apuntar aquí que nada menos poderoso y creativo que un poeta con la conciencia tranquila. Siempre alerta, debería ser nuestro lema. Siempre alerta al lenguaje y sus trampas, siempre alerta a la poesía oral involuntaria de nuestros semejantes, siempre alerta a las imágenes insólitas e inesperadas, siempre alertas a la belleza, en definitiva.)
Veamos: imágenes trilladas hasta al vómito pueden ser: comparar la suavidad de las mejillas de la amada con la de los pétalos de una flor (de preferencia, rosas); referirse a la ciudad, agresiva y despiadada, como una mole de cemento que todo se lo traga; hablar sin ningún pudor de la vasta infinitud de la pampa; invocar sauces y otros árboles de lánguida figura para dar idea de paisaje nostálgico (imbuido de un Juanele mal asimilado, claro); comparar lágrimas y cristales, labios y corales, dientes y perlas… No es necesario que siga ¿verdad? La lista es infinita y el vómito irreprimible.
Los términos con supuesto prestigio poético son palabras que no solemos utilizar en nuestro (lamentablemente reducido) lenguaje habitual y que los poetas bisoños, sobre todo en Internet, creen investidos de la más alta magia poética con sólo incrustarlos, a presión la mayor parte de las veces, en sus textos (me resisto a llamarlos poemas aunque de lejos, sólo de lejos, lo parezcan). He aquí algunos de ellos: entre los colores, gana el azul, tal vez por la perniciosa influencia de Rubén Darío, pero también están el violeta y todas sus variantes (lila, malva, magenta, púrpura) y desde luego el nunca bien ponderado carmesí; entre las flores, ganan las magnolias, quizá por esa g misteriosa, y las obvias rosas, eternas compañeras de cualquier ‘poema’ que se precie de tal; pero también cunden todas aquellas que tengan nombres un tanto extraños: genciana, zinnia, glicina, nenúfar… ¿no que suenan re-poéticas? Luego está la fauna poética, con el cisne a la cabeza, animal signado por la poesía si lo hay, aunque no se sepa muy bien por qué, seguido de cerca por el pavo real, las alondras, las calandrias y otros pobres pajaritos por el estilo. Parece que los hipopotámos, las tarántulas y los elefantes no gozan de prestigio poético, vaya uno a saber por qué, tan simpáticos que son. Después hay una serie de términos, más o menos variopintos, algunos de los cuales acabo de mencionar, que tienen todos un mismo origen: fueron llevados a la poesía por el modernismo.
El modernismo: movimiento poético tan caro a los poetas del sentimiento y a todos aquellos que aún no comprenden que ese fue tan sólo un momento más de la poesía occidental en lengua castellana, resultado de una serie de circunstancias especiales y nada más, que creen que allí se dijo y se hizo todo lo que se podía hacer y decir en la poesía, y que ignoran alegremente todo lo que vino después (el surrealismo, por ejemplo, que no es, como muchos también creen, decir incoherencias de preescolar y llamarlas “poema surrealista”). 
El modernismo, decía, así como brindó bellezas inusitadas e introdujo toda esta imaginería suntuosa y estéticamente refinada (que degeneró luego en la caricatura de sí mismo), produjo también horribles esperpentos: basta leer atentamente al propio Rubén Darío para darse cuenta de ello. Al lado de versos dignos de ser esculpidos en piedra por los siglos de los siglos, el buen Rubén desbarrancó y se enlodó hasta lo más profundo, llevado por su ansia de impactar y ser el más original (sí, a él también le pasaba).
El modernismo dejó una serie de imágenes y términos (*) que están tan ligados con lo “poético” (en un sentido puramente doxólogico, es decir, de lo que el común denominador de la gente cree que es poético), que los poetas bisoños recurren a ellos sin siquiera plantearse la necesidad de revisar un material tan anticuado (tengamos en cuenta que el modernismo ocurrió hace ya más de 80 años). Términos como marfil (y todos los que denoten suntuosidad y refinamiento), céfiro, vestal (y todos los de origen griego, cuanto más raros mejor), ocaso (y todos los demás fenómenos meteorológicos en sus versiones “poéticas”, vale decir: en vez de nube, cirro; en vez de cielo, firmamento; en vez de madrugada, albor y así), más otros cientos, incluyendo todo el campo semántico que se abre con la mitología griega y romana, a la que el modernismo fue adicto, dan cuenta de una estética perimida y decadente, caída en desgracia poco tiempo después de su irrupción, en tanto respondía a cuestiones coyunturales del momento y que cualquier poeta con dos dedos de frente haría bien en estudiar y leer en profundidad, precisamente para aprender todo lo que sería bueno no hacer y evitar a la hora de escribir versos.
Sin embargo, no es mi intención que esto se tome como una diatriba contra el modernismo, que muy buenos frutos dio en este país y en el resto de Iberoámerica (pienso en un poema de Darío exquisito como “Lo fatal”, algunos poemas de Machado y algunos momentos, sólo algunos, de Leopoldo Lugones). Por el contrario, el modernismo fue bueno y hasta necesario para que lo que vino luego pudiera surgir, pero lo que mi cabeza no concibe es que en el año 2008 haya “poetas” que puedan “escribir” como si después del modernismo y hasta hoy no hubiera pasado nada, como si no hubiera habido después surrealismo o poesía concreta, por citar sólo dos ejemplos paradigmáticos. Como si todo se hubiera terminado en Amado Nervo, para citar un autor epigonal de lo más trillado y obsoleto del modernismo latinoamericano. Lo terrible del caso es que los poetas que insisten con esto en el 2008 lo hacen en base a una caricatura del modernismo, como decía anteriormente, que ya comenzaba a expandirse en aquel momento, cuando el modernismo aún estaba en auge (vease el “Parnaso satírico” de la revista vanguardista Martín Fierro, por ejemplo).
Por último, pero no menos importante, está la amalgama que liga todos estos elementos: los sentimientos ñoños y la filosofía de póster, cosas que podrían reducirse a frases o términos resumidores que todo lo explican (y que no dejan ningún misterio sin resolver, desde luego, ya que el misterio es algo que los poeñoños desconocen, aunque misterio sea una de sus palabras poéticas favoritas). Y lo que estoy diciendo no es un invento de mi mente afiebrada, es la moralina que se desprende de los textos de los poetas que insisten en esta maliciosa conducta usando y abusando de sus maquinitas. 
Es el “mensaje” que sus poetontos dejan (y dejo para otro posteo la discusión acerca de si la poesía debe trasmitir mensaje alguno, cual si fuera una radio, un noticiero o algo por el estilo). Estas frases podrían ser más o menos así: “Todos los niños son como ángeles”, “No hay nada más enternecedor que una mujer embarazada y/o acunando a un niño”, “El hombre es lobo para el hombre” (adagio latino que no se cansan de repetir de la forma más anodina posible), “La ciudad es mala y el campo es bueno”, “La vida merece ser vivida” y otros desatinos por el estilo, semejantes a los deplorables “aforismos” (llamarlos así es una falta de respeto a los autores de verdaderos aforismos, como Antonio Porchia, pero bueno, así los llama él mismo) de José Narosky, un “autor” que no es más que una gran maquinita de supuesta poesía y sabiduría, y es lo más ñoño y revulsivo que se pueda leer.
Entonces, con todo esto, la fórmula más común para las maquinitas poéticas puede presentarse así:

palabras con prestigio poético (si pertenecen al modernismo, mejor)

+

sentimientos ñoños

+

filosofía de póster

+

metáforas trilladas y lugares comunes

=

¡un poema precioso y de lo más poético! (**)

Y si no, miren: he aquí dos ejemplos de lo que las fórmulas pueden dar de sí:

1)

La vida con su carillón
ha dictaminado que es la hora de dejarte ir

pero yo también me iré
como las magnolias que se van
detrás de todos los crepúsculos

2)

solitaria en su vagabundear la niña de humo
volcó todas sus letras en el lecho de la infinitud (***)

Por supuesto, acabo de inventar esos horribles versos a propósito, pero les aseguro que todos los días recibo en mi correo poemas aún peores, para colmo escritos con total seriedad y denuedo, y que, por si fuera poco, son festejados por otros que también se llaman a sí mismos poetas y no son capaces de distinguir la paja del trigo. ¿Cuál es la causa de que no sepan o no puedan discernir una cosa de la otra? En mi opinión esto es únicamente porque no leen poesía. Se leen a sí mismos y a los que escriben como ellos. No leen poesía ni actual ni contemporánea, ni siquiera modernista. Más todavía, pretenden escribir sin leer, lo cual es poco menos que un suicidio literario. ¿De dónde aprender? ¿En qué otro lugar encontrar formas nuevas y originales de decir lo mismo? Porque a esta altura del partido queda muy claro que los temas de los que puede ocuparse la poesía son muy pocos. En mi opinión son sólo tres y todos los demás no son más que ramificaciones de estos tres: el amor, el tiempo y la muerte.
Si esto es así, si la infinita variedad de tópicos no es más que una ramificación de cualquiera de estos tres temas entonces no queda más que leer cuanto nos sea posible no sólo para ver cómo lo han expresado los otros poetas, sino para empezar a encontrar la manera propia de expresarlos, que es la empresa que debe acometer todo poeta que se precie de tal. Y evitar, así, recurrir a la maquinita, como otros recurren al alcohol o a las drogas para “darse ánimos” o para enfrentar la chatura de sus vidas. 

Una última acotación: si este post parece salido de la nada y provocado por un repentino furor contra los poetrastos del éter (a quienes ya me he referido en su momento) es porque me cansé de recibir en mi correo porquerías peores que las que inventé supra y quiero hacer constar que estuve a punto de copiar textualmente lo que día tras día recibo en mi bandeja de entrada, pero como tengo la precaución de eliminar los mensajes con poemas desagradables de inmediato, no tenía ninguno a mano. Además, en las épocas en las que junto con Karina Sacerdote moderábamos el foro de poesía “Azul y Palabras”, la mera mención de las “formulitas” poéticas provocó poco menos que un cisma (de hecho lo fue y ambas renunciamos a la moderación después de ese incidente), por lo que juzgué excesivo “escrachar” a quienes tan convencidos siguen con lo suyo. Creo que eso es lo único admirable que tienen, que no parecen dudar nunca de su escritura ni de su vocación, aunque pensándolo bien creo que ningún poeta o escritor que se precie de tal está, nunca, seguro de aquello que escribe. Si lo está, entonces que se dedique a otra cosa, como aconseja cummings. Para cerrar, quiero citar las palabras de John Gardner, en su excelente libro Para ser novelista, acerca del furor y la rabia que producen aquellos que, en nuestra opinión, no se toman en serio lo que para nosotros -para mí, en este caso- es lo más sagrado: la propia escritura. Allá van (aunque se refieran a la novela, valen lo mismo):

“Si uno se esfuerza mucho por hacer algo que considera importante (contar una historia excelentemente bien), no tolera que otra persona lo haga mal o, peor aún, con engaño, y pretenda, además, formar parte de su distinguida cofradía. Es una afrenta a su honor, al de toda la profesión, y el objetivo que se ha marcado en la vida pierde significación, sobre todo si los lectores y los críticos se muestran incapaces de distinguir entre lo auténtico y lo falso, como suele ocurrir.” 

(*): A medida que escribo y reviso este post se me vienen a las mientes más términos ligados con lo peor del modernismo, a saber: mieses (y otros términos vinculados a lo geórgico o pastoral), celaje, miraje, querubín (y todas las jerarquías angélicas), carillón (y todo el moblaje del siglo XIX), loto, estanque, sátiro, faunesa y demases. La lista podría ser interminable.

(**): Centré este párrafo a propósito. Por alguna causa desconocida y que ya no me pondré a investigar, la mayoría de los poetas ñoños e internéticos suponen que la disposición ‘natural’ de los versos es la alineación centrada. Un efecto de la literatura de póster quizás. 

(***): Este es un ejemplo de maquinita especial, diferente a la que podríamos llamar ‘maquinita modernista’. A esta la llamo ‘maquinita Pizarnik’ y espero referirme a ella en un post venidero, ya que es la maquinita que más suele afectarme y cuya fórmula base difiere bastante de la modernista. 

30/01/08


Comentarios:

Llego a ti por la Lista de e-mail, y me asomo de puntillas a tu Web, nunca mejor dicho de puntillas, porque entras con una fuerza increíble, con la guadaña que limpiará este mundo cursi-poético que nos inunda a todos y puede ser que confesemos que hasta nos contamina. He leído con atención todo tu alegato-manifiesto y me han temblado las piernas, he registrado mis bolsillos no sea que los tenga llenos de palabras fáciles y ramplonas, trato de revisar mis versos mentalmente, por ver si encuentro similitudes o coincidencias por las palabras enumeradas….claro que no están todas las palabras cursis o tantas veces manidas por los poetas. En fin, insisto que lo he leído entero y te puedo asegurar que no es fácil por su densidad de contenido, y ahora tengo miedo que puedas leer alguna de las que hasta hoy creía poesías, porque podría caer fulminado por tu acerada hoja. Te ruego que si lees algo de lo que he escrito, tengas compasión de este pobre romántico, lleno de buena intención….que no piensa nada más con su pseudo-poesía que hacer felices a un pequeño entorno de personas allegadas, mejor diría muy próximas de no más de cincuenta kilómetros de radio. Analía me gustaría tenerte y aún más siendo escritora, en el entorno de mis amigas, por todo lo que pueda aprender de tí, ya que todos aprendemos de todos, y yo como tú debido a mi miserable profesión, me he visto alejado de poder escribir hasta este mes de Octubre pasado, que me inicié despacito. Leeré con atención todo lo que pongas en tu Web, y comentaré como hoy mis sinceras sensaciones. 
Un abrazo desde la vieja España de J.A.Azpeitia 

Dijo Eiras:
Ante todo buenos dias, Quiero leer YA “La maquinita Pizarnik”Por favor!.
Funcionó el exorsismo? Ojala que sí.
Lo que debe causar la poesía? … El exorsismo? Está bien para empezar, tal vez
Atte. 

Dije yo:
Hola, Eiras! Pronto llegarán las maquinitas pizarnikianas. Las estoy, precisamente, “rumiando”, ja ja. Gracias por pasar y leer. El exorcismo funciona con ciertas limitaciones (como todo exorcismo… creo que el único exorcismo realmente efectivo es… ¿la muerte? Uh, bueno, me fui de mambo, bien en consonancia con mis maquinitas favoritas, las pizarnikianas). Saludos. 

Dije yo:
Hola, Azpeitia, gracias por tus palabras, por pasar y leer. Este posteo es el resultado de cierto hartazgo mío, no te sientas tocado por él. Yo no tengo la verdad poética (no creo que nadie la tenga, a excepción de la poesía misma), pero la poesía me gusta demasiado como para dejar pasar ciertas cosas por mis narices (o bajo mis ojos) y no decir nada al respecto. Sobre todo porque he estado allí, no vengo de otro planeta con la verdad revelada acerca de qué es poesía y qué no lo es, sino que vengo escribiendo consistentemente poesía desde hace más de quince años, lo cual creo que me autoriza a, por lo menos, dar mi opinión. Si lo hice o lo hago en tono polémico es porque creo también que es más efectivo así. De cualquier manera la intención de blog es disparar pensamientos y si este posteo sirvió para que veas tus poesías bajo otra luz, me parece que ya cumplió su cometido. Eso no significa que tengas que cambiarles ni una coma, cada quien hace con su obra lo que le place o le conviene o tiene ganas de hacerle y nada más. Sin embargo, creo que es bueno conocer otros puntos de vista pero más importante es, y así me lo demuestra la experiencia, leer toda clase de poesía, cuanto más variada mejor. Saludos y un abrazo desde Argentina. 

Dijo Silsh:
Pero mire usté dónde la vengo a encontrar!! blogueando y rumiando. Nutritiva lectura ´ña Analía y un disfrute al razonamiento, que siempre viene bien para los que buscamos hincar el diente en textos sin plastificar. (entre nos… usté cree que esas “maquinitas poéticas” seguirán con su reproducción degenerativa? Nada indica que sufran peligro de extinción. Muy por el contrario -crecen a pasos agigantados!!) Por si las moscas… me daré una vuelta por el espejo, no sea cosa que no me funcione el interruptor de la propia. Un gusto leerte y saber que continúa tu producción. Beso ñoño.
Silsh

Dijo Maro:
rumiante poetisa, ma´am drenka;un gusto leerla nuevamente. son interesantes sus puntos de vista. las palabras, afiladas; como dagas, afiladas.
en ny hace frío, mucho frío. ayer, que nevó mucho, tuve que atravezar carreteras montando a pelo a mi bólido japonés. fue unir las ciudades de purchase (westchester), con queens (manhattan). fue reggae music entre el zumbido de los desempañadores y un hint de satisfaction just because.
que se sepa: que lo que ma´am drenka publica, postea, o greaffittea; el maro lo lee.
como siempre… el gusto es compartido. 

Dije yo:
Hola, ña Silsh, mire donde la vengo a encontrar a usté! Me alegro de que me haya visitado en esta ventanita y le haya gustado lo que encontró. Remedo de aquellas pláticas que teníamos en “Azul y Palabras”, ¿recuerda?, que próximamente editaré y puliré para subir aquí, pues creo que tienen mucha sustancia. En cuanto a las maquinitas propias y ajenas prosiguen como locas, yo trato de, al menos, combatir las ajenas con estos pensamientos deshilachados y mantener el ojo alerta para evadirme de las propias que siempre acechan. Aún les debo el post sobre las maquinitas pizarnikianas, ya vendrá, son las que más de cerca me tocan. Le mando un gran abrazo. 

Dije yo:
Maro, preciosura, qué alegría leerte y saber que me leés a pesar de las distancias heladas. Te debo un mail, me colgué, para variar, pero también leo todo lo que me mandás. ¿Estuviste en una ciudad que se llama “Purchase”? ¡Increíble! Quiero fotos, hay fotos? Y, desde luego, todo lo que quieras mandar para cualquiera de los rincones rumiantes será más que bienvenido. Siempre que suena Tom Waits (me bajé “Blue Valentine”, claro que sí) me acuerdo de vos. Un beso para evitar soledades existenciales y narices frías en NY.

Dijo Emilio:
Me acaba de hacer usted, un pie agua. ¿Que escribo yo ahora?. Si no puedo hablar de perlas, de nubes, de flores…de…de…¡ pos anda, tampoco hay que ser tan estricto, ¡vamos.., digo yo!. He aprendido en una breve visita, un monton de nuevas ideas. Muchas gracias.
Emilio. 

Dijo zaidenwerg:
Dos cosas se me ocurren inmediatamente luego de leer tus reflexiones:
1) Hablás de la perniciosa influencia del rubenismo y deslizás que el surrealismo "bien entendido" ejercería una más benéfica; me permito dudarlo: los poetas bisoños, como los llamás, ya no leen a Rubén; probablemente sí a los surrealistas, auténticos o epigonales. Es cierto que durante mucho tiempo el léxico y la fraseología del modernismo moldeó la vena poética de amateur tras amateur, pero me parece que eso ya no describe la situación actual de quienes pretenden ejercer "profesionalmente" la poesía, sino más bien exclusivamente la de quienes, sin contacto con la academia u otras instituciones legitimadoras, sienten la necesidad de escribir versos.
El surrealismo, por otra parte, viene a representar para los aspirantes a poetas una opción (falsa) por la "libertad" encarnada en la vanguardia. No voy a extenderme aquí en los peligros que para mí encarna la fascinación acrítica por las vanguardias; sólo quiero decir que sería más provechoso para un poeta aprender el nada desdeñable arsenal técnico del modernismo antes que los berrinches del nihilismo burgués del surrealismo. Por supuesto, tampoco se trata de una dicotomía; felizmente, uno puede leer una cosa u otra.
2) Concuerdo en que hay una falta de lectura de lo que tradicionalmente se consideró "poesía"; al menos, parece haber un enorme desinterés entre los poetas más jóvenes por la tradición. Esto, sin embargo, puede deberse a que hay algo que legitima que escribir una palabra en una hoja en blanco pueda ser considerado un poema, y que lo mismo no podría aplicarse a un relato o a una novela; de modo que la poesía sería una manera rápida y fácil de acceder a la categoría de "artista".